Friday, May 27, 2005

DE LA HISTORIA Y LA MISERIA


DE LA HISTORIA Y LA MISERIA

Retumban los cristales, ululan los vientos en el caserón. Ives Montpelier se acurruca en el camastro. Desde que murió Marie, las noches son frías, desde que le abandonó el servicio, nadie calienta la cama. A sus setenta años se encuentra débil y lleno de fantasmas, lleno del horror de su pasado. En el dormitorio, las sombras del dosel toman vida y adquieren formas; metáforas de sus miedos y certidumbres.
La naturaleza le obliga a ir al retrete. El suelo está tan frío como sus pies, por lo que no lo nota. La puerta del excusado está abierta, hay luna llena, pero prefiere tirar de yesca y encender el candil. El agujero del tablón tiene los bordes sucios, evidentemente no es óxido, es la vejez descuidada, es la podredumbre de su alma.
Un despeño diarreico, acompañado de espasmos, es ayudado por el ritmo de los truenos. Oye como la puerta del dormitorio se abre y unos pasos pesados y firmes se aproximan a su trono. El único lugar para huir sería el pozo al que expulsa sus detritus, pero no cabe, al menos todavía.
Al levantar la vista, se encuentra con un viejo conocido, un maldito demonio que debería haberse perdido en el olvido. Todavía puede reconocer la enorme mandíbula y esas simas que contienen sus ojos.
- Que mal te ha tratado el tiempo, Ives. Tenias mejor pinta cuando luchábamos contra los ingleses en las riberas del Potomac. - frunce el ceño con desagrado, la peste es insoportable.
Durante unos segundos siente desmayarse, querría estar a mil millas de aquí, finalmente dice:
- ¡Tuve miedo!, tenía diez y ocho años -. Los retorcijones le impiden seguir hablando, es una máquina de frutos hediondos, es una fosa séptica con patas.
- Ya sabes a que he venido, ¿verdad?.
- ¡¿No me ves?!, estoy enfermo - un redoble de intestinos lo corrobora.
- Pero afortunadamente no estás muerto, de momento. Helen está esperando abajo. Ya no somos jóvenes y a ti se te acaba el tiempo-. Le levanta en vilo y le limpia el trasero con el camisón. Se lo quita como quien descubre una escultura y le empuja sobre la cama.
- ¡Vístete, sabandija!, llevamos más de cincuenta años tras tu pista, te dije que te encontraríamos.
Le tiemblan unas piernas que servirían para estudiar anatomía. Se coloca los calzones al revés; vuelta a empezar. Los ecos de la guerra de las antiguas colonias de su Majestad británica, el rey Jorge , resuenan como las campanas de Saint Michel; la iglesia de su pueblo.

- Mi nombre es O´Sanders, Ian O´Sanders. - una cara extraña, de amplia sonrisa y con el mentón más grande jamás visto, irrumpe en su campo visual.
- ¿Oui?, ¿Que voulez-elle, Monsieur?. - Se sorprende Ives del asaltante que se le cruza en el camino. Hoy ha cazado tres liebres, lo lleva claro si piensa quitárselas.
- Lo siento - dice Ian en francés - , no quería asustarte. Vengo de América en misión oficial. El Coronel Krugger me envía al continente a reclutar mercenarios para nuestra causa. En el pueblo me dijeron que tenías buena puntería. - le examina con detenimiento - , pero si tienes miedo puedes quedarte en casita, quizás llegues a ser un porquero feliz.
Pudo haber dicho no, pero dijo sí. Ver mundo, salir del pueblo, la aventura y la riqueza. Ya durante el viaje había cosas mosqueantes en Ian. Le hablaba sobre lo uno, lo otro, los poderes ocultos, la magia, los ingleses, los iniciados, cosas. De los doscientos mercenarios que reforzarían el Regimiento de Krugger, él era el único con quién intimaba. A pesar de sus quince años, aparentaba alguno más. Tampoco iban a hacer muchas preguntas. Su madre dijo:
- Vete, vete antes de que vuelva tu padre, abandónanos ahora cobarde. ¡Con el trabajo que hay que hacer en la granja!. Vete con los impíos, con los renegados del rey vecino, con los sin Dios. ¡Escupo en mi vientre, mal hijo!.
Al llegar al Nuevo Mundo le extrañó que no arribaran a ningún puerto importante. Anclaron en una cala perdida y tomaron caminos que parecían rutas de tramperos o animales. El campamento estaba en la espesura de los Apalaches. Nunca fueron encuadrados en el ejercito regular de los rebeldes, nunca tomaron parte de batallas de renombre y, hasta los extraños últimos días, nunca vio ni de lejos a Washington ni a nadie de calidad. La explicación vino con la práctica, con el cometido de su Regimiento; el más irregular desde que las hordas Hunas asolaron Europa.

Tras la lluvia, los caminos son lodazales cuasi intransitables, una columna británica escolta a las mujeres e hijos de la oficialidad inglesa. La señora del Coronel Perkins mira de soslayo al joven y apuesto Teniente Kennet, le da un codazo a Linda Parks, la legítima del Comandante Parks.
- ¿A qué no sabes que sable me estoy tragando, querida?.
- Al Sargento Moods, lo sabe todo el cuartel. Tendrías que ser más discreta. - responde con suficiencia.
- No, no, no - mira con más descaro a un encarnado Teniente Kennet.
- ¡Zorra!, no pienso volver a hablarte en mi vida - finge una envidia que en el fondo es real.
- Te diré que debería estar en Lanceros en lugar de artillería. - se ríe sin disimulo.
- Te odio. - Lo dice en broma, pero es en serio.
El teniente ordena el alto. Hay demasiada maleza en mitad del camino que impide el paso de las carretas. La tropa está confiada, el territorio es controlado por Inglaterra y no es previsible que existan rebeldes. Kennet se coloca el paquete para poder lucirlo ante las pollitas mas jóvenes de la expedición. No puede aspirar a mayores ascensos, bastante suerte ha tenido con llegar a ser oficial; pero para ir más arriba necesitaría padrinos. No probará las mieles del alto mando, pero al menos joderá con sus mujeres. Se va aproximando hacia la reunión de conejitas y menea los muslos de forma que el vuelo de la casaca escarlata no oculte la regia protuberancia de sus pantalones blancos y ajustados. El Teniente nota como un mordisquito en la entrepierna, la cosa está a huevo para encandilar a las más modositas, incluso ve que la pequeña Beth abre la boca con asombro. En ese mismo momento se oyen varias detonaciones. Algo no va bien, en el instante que siente su mano empapada en sangre ve como la cabeza del portaestandarte Leeds estalla.
Por la pernera del pantalón circula el río tibio de sus fluidos junto con resto de las criadillas. Cuando el dolor empieza hacer presa, un tajo liberador de bayoneta le abre una sonrisa en el cuello. Todo son gritos, todo es horror. La señora Perkinns es asaltada por tres salvajes que bien pudieran ser tanto rebeldes como forajidos. No hay una uniformidad clara en los atacantes, salvo por la brutalidad. Ives tiene la adrenalina bullendo como un tambor a ritmo de carga. Está ciego de placer. Es su décimo asalto de este tipo y ya está acostumbrado a la rendición de sus víctimas. Cuando los que van a morir ven lo inevitable, parece que son ellos mismos los que por propia voluntad se dejan degollar.
- Venga perrita, estate quieta que no te puedo arrancar las enaguas.
- Mi tío Lord Cornwallis te asará vivo. - le inca las uñas en la cara.
- Así me gusta, que haya un poquito de diversión. - Ives está encendido.
Una garra gigantesca le aparta de su presa y lo estampa contra el suelo.
- Krugger, ven aquí - dice Ian.
Krugger e Ian hablan en voz baja, parecen acordar algo. En contra de lo habitual, dejan a tres casacas rojas con vida y arrancan los corazones de las víctimas. Como el resto del Regimiento se ha servido con lo suyo, no se preguntan por que han respetado a la chiquilla pariente de Lord Cornwallis.
En el campamento da comienzo un ritual que ya es asimilado como normal. Los corazones son cocidos y repartidos entre los doce “oficiales” del peculiar Regimiento. Krugger es el maestro de ceremonias, seguido por Ian O´Sanders y la “Capitana” Helen. Helen tiene pinta de putilla cara, pero pertenece a Krugger. A sus dieciocho años, Ives es Teniente de esta congregación.
Al llegar la noche, nota movimiento en la zona. Desde que el año pasado cayó Charleston, la moral de los patriotas, que rara vez encuentran, está muy baja; pero algo está cambiando. No sólo le pareció ver por este estercolero a Francis Marión, si no que si el oído no le falla:
- Jean Baptiste, no me fío ni de Washington, ni de Jefferson, ni de la mayoría de los colegas que guiarán las riendas de este país. - Le comenta Krugger a su interlocutor, ajeno a que la tienda de Ives está justo al lado. Ives piensa: “¡Jean Baptiste!. ¿Será el propio General Rochambeau?.
- No es culpa nuestra, Lafayette cree que lo haremos mejor en Francia. - muestra respeto a su superior en grado ( no en el militar, si no en otro grado...).
- No nos andemos con rodeos, sabes tan bien como yo que el Demiurgo sólo es complacido por la entropía. ¡La sangre, la sangre y la sangre es la fuente del poder!.- Se seca el sudor de su manchada calva con sus artríticos dedos y prosigue. - Nos quedan dos comuniones más para que los números cuadren. Pero tenemos que tener cuidado, hoy casi jodemos a la sobrinita de uno de los nuestros.
-Te refieres a Lord Cornwallis, supongo. - comenta el General Rochambeau con tranquilidad.
- Efectivamente, en pocos días, sentenciaréis la guerra: tú, tu Lafayette y ese rajado de Washington. Un correo de Lord Cornwallis, un aprendiz, nos da todos los detalles del ejército Británico. Si fuera necesario, el propio Lord dará órdenes inconexas a sus hombres para que ganéis la batalla. Yorktown será el fin del Imperio en la colonias. En fin, estoy decepcionado con los futuros “constructores” de estas tierras, cuando acabe esto, lo de Francia no puede fallar. - Krugger pone cara de haber terminado.
- Yo creo que es culpa de ese Franklin, que es muy purita... - es interrumpido por un imperativo gesto de hastío.
- No me interesa, nosotros haremos dos partidas más con nuestros iniciados, con lo que habremos obtenido el poder que América puede darnos. Espero verte en París. No hay tanto tiempo para prepararlo todo como crees. En menos de diez años , con la fuerza espiritual acumulada de los doce en los doce sacrificios, Francia marcará una nueva era. Los que diseñamos la arquitectura social, los nuevos constructores ordenaremos el mundo. - Suspira - Pero con sangre, Jean Baptiste, General de Rochambeau, con mucha sangre. Esta guerra ha sido una mierda, no llegamos a los treinta mil muertos ni borrachos en los siete años que llevamos de conflicto. Necesitamos centenares de miles, sólo en Francia. Son imprescindibles millones en Europa o si no todo se irá al traste. - Le coge la mano con algo parecido al cariño. - Mucha sangre, Jean, mucha sangre; no esta mierda.
Ives apenas entiende nada, y sin embargo forma parte de ello, es uno de los doce. Hablando de doce, el integrante femenino del grupo, Helen, acaba de entrar en su tienda. Helen pertenece a Krugger, todos lo saben. La muy golfa tiene una sonrisa que da miedo. Su mano se introduce por su pantalón y manosea a un Ives que siente una mezcla de gozo y miedo a ser descubierto. Helen suelta una carcajada que puede sentirse desde Boston y se va.

Ives camina al frente de su sección, meditabundo por lo que había escuchado hace unas semanas. Las últimas noticias cuentan que el ejercito franco-americano ha infligido una derrota total a los ingleses en Yorktown. La guerra está prácticamente ganada. Krugger les ha dado un mapa con el punto de encuentro para la próxima misión. Junto a la senda de una arroyuelo del río San James se encuentran con un indio Shawnee. Hace años, cuentan que los echaron más allá de los Apalaches, éste debe andar despistado. Les lanza una serie de gritos y mirando fijamente a Ives, ladra lo que bien podrían ser maldiciones. El soldado Muller le dispara un tiro a quemarropa, saca su machete y le arranca la cabellera después de desvalijarlo.
Están en Noviembre y la lluvia es helada, la mirada del indio la tiene incrustada en el cráneo y ver su pelo colgando del macuto de Muller no arregla las cosas. Cuando por fin llegan al punto de reunión, una columna de humo les anuncia que las otras secciones han empezado sin ellos. En una de las granjas se encuentra Krugger junto a Ian.
- ¡Venga Ives, no tenemos todo el día!- Grazna el Coronel.
En el suelo están los cadáveres desnudos de hombres, mujeres, niños y ancianos. El resto de la tropa se arroja al asalto contra los supervivientes, que horrorizados, tratan de huir. Cuatro soldados le han quitado los calzones a un granjero y le están cortando los testículos con un alambre. Cuando se los han arrancado, los meten en la boca a su hija de unos doce años y acto seguido la tiran al suelo levantándole la falda. El viejo Flinn ya tiene los pantalones en las botas y se abalanza frenético sobre ella. De una cuadra sale una joven con el rostro descompuesto, se sostiene el vientre ensangrentado con las manos y murmura: “ mi bebe, mi bebe”. Se oye un golpe sordo y por la ventana sale volando una masa informe: es el nasciturus de la joven, cuya manita se agarra con espasmos a su cordón umbilical.
Desde que llegó a América todo fue como en un sueño. No tiene otra idea de la guerra que la que aquí le han enseñado. De todos modos, algo no cuadra. Como quien despierta de una pesadilla se da cuenta de que no puede se normal que estén degollando a colonos. ¿Nadie lo ve?, esta vez no son casacas rojas, son americanos. Bueno, la mayoría de la veces tampoco, pero al menos eran los porteadores de suministros o gentes que tenían una vaga relación con los intereses de Su Majestad. A causa de lo escuchado entre el victorioso Rochambeau y Krugger, se siente cada vez más, como un peón en el que el surgimiento de nuevas Naciones, los bandos y las causas, son transcendidos por intereses que están más allá de la vista del común. El presunto enemigo y derrotado en Yorktown, Lord Cornwalis, es considerado por Krugger como uno de los suyos. No hay duda, es lo que dijo. Es más, no le dejó cepillarse a su sobrina y eso que ni Krugger ni Ian son nada, nada, pero que nada remilgados.
Fue como una revelación, tenía que escapar de todo esto. Aprovechando la confusión se fue separando del grupo e internándose en el bosque. Una manaza de la consistencia del acero le agarra por el cuello.
- ¿Dónde crees que vas, caballerete? - es la voz de Ian O´Sanders. - Nos quedan dos rituales más y necesitamos que los doce seamos los doce. ¿Entiendes?. No nos puedes abandonar ahora.
Lanza una patada hacia atrás al azar y hace diana en la pelotas de Ian. Ives consigue zafarse y huye como alma en pena.
- ¡Te encontraremos bastardo!. ¡Aunque te escondas en el fin de mundo!- grita agónicamente.


Ives baja las escaleras del caserón dando tumbos y seguido de Ian. Al salir al camino, un carruaje negro pero elegante espera en la entrada. Es obligado a subir y colocado entre dos caballeros, uno de los cuales tendrá la misma edad que él. Enfrente hay una señora con el pelo completamente cano. Helen le observa con los mismos ojos que cincuenta años atrás. Ella sostiene en la mano un periódico reciente: Octubre de 1833 , no se que de nuestro rey de Francia Luís Felipe que tal y tal, que si sufragio censitario Pascual. Helen le pone una nudosa mano en el muslo e Ives da un respingo.
- Ives, veo que te sigo impresionado. - su risa es idéntica a la de aquella noche.
Ian deja de dar instrucciones al postillón y sube al carruaje. Sus ojos son impenetrables, las arrugas potencian la dureza de sus facciones pudiéndose entrever la crueldad en su rostro.
Recuerda dos o tres altos por el camino. Cuando paraban en una fonda se las apañaban para custodiarlo continuamente incluso al anochecer. La humedad y el olor del Atlántico le sorprenden por la mañana. El traqueteo del vehículo ha cesado. A lo lejos oye los gritos de dos pastores saludándose o cagándose en sus muertos, vaya usted a saber. Por el acento deduce que se encuentra en las costas de bretaña.
- Hay que aprovechar la marea baja. - Dice en inglés el pasajero de su misma edad.
Descienden por una tortuosa senda hasta llegar al nivel del mar. Allí les espera un bote que les llevará a un falucho que se divisa a media milla.
El estreñimiento que ha conseguido tras sus diarreas, llega a su fin. Los calambres que siente son espantosos, las tripas suenan con ruiditos que hacen las delicias cómicas de los marineros que bogan en la barca. La diversión se acaba cuando pide permiso para evacuar, sencillamente no se ve capaz de aguantar más. Con desagrado le permiten desahogarse, pero actúa con tal rapidez que no pueden impedir que se ponga en cuclillas a sotavento, en la borda de estribor. La pasta liquida y fermentada impregna a todos los ocupantes. Los dos desconocidos que le acompañaron en el viaje, ponen cara de nadie. Helen abre los ojos con una furia impropia de su setentera edad e Ian crispa sus manos como controlándose para no estrangularlo. Los dos marineros, curtidos en los siete mares, se limitan a enjuagarse con agua de mar.

La embarcación llega a Inglaterra de noche. tiene la impresión de estar también en un lugar apartado. Después de vomitar repetidas veces, desembarcan en una playa que debe ser fondeadero de contrabandistas. Al menos se ven muchos lugareños, sin oficio ni beneficio, dando paseos con disimulo por la inmediaciones. El día es desapacible y una llovizna calabobos le va retorciendo los huesos. Avanzan hasta una caseta medio abandonada. Encienden dos faroles, uno lo dejan a la entrada y otro se lo llevan dentro. Vuelven a estar solos los cinco que iniciaron el viaje, aunque no se ha percatado de cuando les han abandonado los marineros que les trajeron.
En el interior de la caseta hay una mesa y cuatro sillas. Evidentemente él no tiene silla. Al despuntar el alba se oye el cloqueo de caballos. Una patrulla de su Majestad de la Unión Jack, el rey Guillermo IV les escoltará hasta su destino.
Le ponen una capucha en la cabeza y lo embarcan de cualquier manera en la trasera de un carromato, cubriéndolo con una manta. Pasan las horas y la humedad de un clima horrible le penetra en todas sus articulaciones. El dedo meñique del pie derecho no le duele, puede que por perderlo a los diez años al cortar leña. La garganta le pica horrores y sus ojos se ponen como tomates. Esto le resulta familiar, le recuerda un viaje que hizo a Londres años atrás. No hay duda, aunque no pueda verlo, se encuentran en esa maldita e insufrible ciudad de más de un millón de habitantes, hay que estar locos. Hollín, toneladas surgiendo de infinitas chimeneas y creando una niebla tan espesa, que no es necesario tener barriga para no verse las pelotas.

Pierde el conocimiento y despierta en una celda con las paredes de piedra. Debajo de su camastro hay una jarra de agua. Lo sabe, por que al despertar la ha tirado al suelo y se ha quebrado. Tiene una sed de mil demonios y retorcijones. En una esquina hay una especie de bacinilla, se aliviará allí.
El cerrojo suena como una maquinaria de guerra oxidada.
- Esto... Aquí es donde echamos la comida. - El agradable carcelero, sobrino de un bisonte cruzado con sapo cornudo se encoge de hombros y le sirve. Sale y le cierra la puerta.
Pasa el tiempo, semanas o quizá un mes. Ya se había acostumbrado al rancho y a sus arañas. El carcelero le conduce por una serie de corredores hasta una sala donde una serie de señores le están esperando. Son doce, a cuatro de ellos ya los conoce. Forman un semicírculo dejándole en el medio. El maestro de ceremonias es Ian O´Sanders y a su derecha se encuentra Helen. También reconoce a los dos caballeros que le acompañaron. Llevan extrañas vestimentas y le miran con ferocidad.
- Hace más de cincuenta años, por culpa de este traidor, dejamos un trabajo sin terminar - Ian utiliza un tono solemne -. Hoy restableceremos el equilibrio. No nos ha ido mal del todo, hemos hecho grandes cosas en Europa y sentado las bases de lo que va a ser su futuro. En cualquier caso, todos tenemos la convicción, de que si Ives Montpelier, el iniciado cobarde, hubiera terminado con su cometido, hoy el mundo entero sería regido con total dominio por nosotros. Hace sonar una campanilla y entran dos tipejos forzudos que lo dirigen a una especie de altar presidido por una serie de símbolos que le son familiares. Lo desnudan y lo amarran sobre la lápida.
- El corazón de este miserable restablecerá la simetría que se perdió en el ritual de las américas.
Se oyen ruidos fuera de la sala. Ian tiene el cuchillo levantado y mira con asombro a la tromba de soldados rojiblancos que penetra en la reunión.
- Dije que era la última vez que permitiría estas monstruosidades, Lord Grey.
Uno de los compañeros de viaje de Ives, Sir Charles Grey, señala al intruso con el dedo y le amenaza:
- ¡Cuidado Guillermo!, sabes que tu corona pende del hilo que nosotros manejamos.
Guillermo IV hace un gesto y la guardia desata a Ives y se lo llevan de allí.
- Estoy dispuesto a que todo se vaya al traste si te empeñas en realizar estos juegos en las dependencias de mi propio palacio. - El monarca le sostiene la mirada a su primer ministro. La conversación, en última instancia, no es con su Primer Ministro Grey, salvo como persona interpuesta con el Gran Maestre Ian O´Sanders. El pulso queda en tablas, a nadie le interesa un escándalo abierto, amén de los fusiles de la guardia, claro. Tendrán que esperar. El Ministro mira a su jefe y este le da su aprobación.
- Está bien, Guillermo, tu ganas. - dice Lord Grey.
- El pobre desgraciado que hemos visto gozará de la protección de mi familia. El rey gira sus talones y se dispone a abandonar la sala. En el último momento se vuelve y añade:
- Me ha parecido ver aquí al venerable Lafayette, el héroe que junto con Rochambeau y Washington nos jodió las colonias. ¿Porqué no te vas a tocarle las meninges a Francia?. ¿Porqué no medras para cambiar a Luís Felipe por...?. ¡Qué se yo!, otro Napoleón. - . El Marqués de Lafayette pone cara de asombro y preocupación. ¡Coño!, se dice el monarca, ¿habré acertado?.


Han pasado cinco años. Ives, a sus setenta y cinco, es jardinero de la joven y nueva reina de Gran Bretaña. Al otro lado del estrecho, una reunión de conjurados , que rozan en su mayoría la edad del chocheo, conspira.
- Bueno, tenemos un asunto pendiente. - A Ian O´Sanders le tiembla la mano.
- Va a ser difícil manejarla, esta reina niñata está muy unida a Lord Melbourne y como no es muy partidario de nosotros, ha dinamitado casi todo nuestro trabajo en las islas. No hay quién se acerque.
- ¡Leches!, si no podemos vengarnos de Ives, que no creo que vaya a vivir mucho más, al menos mi nieto podrá influir en Inglaterra cuando esta reina acabe su reinado. No creo que dure hasta el próximo siglo la reina esta... ¿Como se llama?.
- Victoria abuelo, se llama Victoria.

DIPLOMACIA


El Centurión Publio Cornelio Ralo no es descendiente de militares muy ilustres, es un Celto-Romano. Está a cargo de una guarnición en el muro de Adriano. No sabe que emperador hay en Roma ni le importa. Su Abuelo, que viajó al continente, fue el único miembro de la victoriosa Legión Fulminante del purpurado Marco Aurelio, que no tuvo derecho a su parte del botín. Le vieron suplicar por su vida a la hija de un guerrero Sármata derrotado que le amenazaba con un garrote. Dicen que le perdonaron la vida por que mancillaría el hierro de la espada que habría de cortarle la cabeza.
Su cargo apenas tiene dotación económica por que el dinero del Imperio fluctúa. Simplemente fluctúa. El puesto es cómodo, los Pictos y Caledonios pasan la frontera y sus soldados pasan de ellos. Es un acuerdo mutuo. Su aldea se llama Cófix y está cerca de Segodunum. Viven de la pesca y sus cosas. Podría considerarse feliz.
Un jinete se acerca al paso y sin prisa con un mensaje urgente para el comandante de la guarnición:
- ¡Salve Publio!, el emperador Severo requiere tus servicios.- Publio mira hacia sus vecinos intentando averiguar quién se había chivado de su posición. No merece la pena, deja sus aparejos de pesca y se enfrenta al emisario:
- ¿De qué lugar del Hades emerges tu? - intenta mantener una pose digna y romana. No obstante, con su capa amarilla y calzones remangados, más parece un bufón o una seta de invierno.
- Soy el secretario del subsecretario del consejero de un patricio que trabaja para el emperador. - Abre mucho los ojos como diciendo: si tío, es verdad.
- Pues tienes acento de por aquí. - Desconfía.
- Si, es que empecé a trabajar hace tres días Mi nombre es Tolaicea.- Mira el augusto pliego como si fuera un báculo druídico o un arcano artefacto del Pueblo Antiguo.
Subiendo un pie sobre el leño que le había servido de asiento y con un golpe teatral de su capa dice:
- Bueno, leeme el mensaje.- Sonríe para sí, por que sabe lo que va a pasar.
- El mensaje es para ti, es personal - dice sonrojandose.
- ¡Qué ya lo sé coño !, leemelo ¡méntula!.
- No se leer muy bien - admite por fin.
- Acabáramos, pues ya somos dos.¡Vaya secretario!.- Tolaicea ya le cae mejor. Le invita a pasar a su casa, entre ambos quizás consigan descifrar el mensaje.
Más cabaña que vivienda, no deja de tener sus comodidades, incluso una mesa donde estudiar el pergamino. Todavía tiene en un arcón papiro, velas de sebo y apuntes de su horrible época de estudiante en Londinium. ¿O era un estudiante horrible?. Para el caso es lo mismo.
- Está clarísimo, tenemos que decirle a los Caledonios que Severo quiere formar alianza con ellos. - la cara de Tolaicea es de gran seguridad.
- Que no coño, lo que quiere es saber si se están aliando entre ellos contra Roma - pone las manos hacia arriba como diciendo: -está claro, ¿no?.
- No, es acusativo, Roma se aliará con los Caledonios .
- ¿Dónde lees tu Caledoniam, dónde?. - Publio tiene una visión:
- Lo que pasa es que no tenemos la mente clara, comamos un poco de cecina con buena cerveza tibia y lo veremos todo más claro. Pasan las horas y por fin con la ayuda de un religioso medio cristiano que suele pasarse por su casa a la hora de comer, siempre a la hora de comer, por si cae algo, consiguen traducir fielmente la misiva.
El Abad Cisius tiene setenta años y es el único que ha estado en Roma. Una vez incluso dice que vio a Marco Aurelio. No tiene un latín muy fluido pero es bastante fiable.
A Publio Cornnelio Ralo se le encarga una misión diplomática. Debe acudir junto con el emisario Tolaicea al campamento de Osgom, líder Caledonio y ofrecerle una alianza. Para sellarla se le dará en matrimonio a una sobrina del propio emperador y la obtención de la ciudadanía romana de su pueblo en menos de cinco años. Una vez terminada la misión deberán acudir a Londinium donde el Gobernador les otorgará diez Talentos e importantes propiedades en las mejores tierras de Britania.
Por primera vez en siglos la fortuna sonríe a su familia. El campamento del líder Osgom no está lejos, las relaciones con los aborígenes no son malas y la recompensa es suculenta. Mañana emprenderán la embajada.
Los jamelgos de Publio y Tolaicea tienen costras de mierda en los cuartos traseros. Las crines se parecen a las antiguas cabelleras encaladas de los antepasados celtas de ambos y el porte y figura de los jinetes pareciera el reflejo de los Césares o Alejandros. Al menos eso opinarían sus madres.
- ¡Vaya secarral!, ¿No decían que tan al Norte todo es verde, frondoso y hermoso? - Tolaicea se rasca la entrepierna, no está acostumbrado a cabalgar tantas horas.
- Tan al Norte, tan al Norte - se burla el Centurión. - Nosotros ya vivimos al Norte, estamos a diez millas de tu puñetero pueblo y aquí ocurre lo mismo que en tu bendito pueblo.
- ¿Qué le pasa a mi pueblo ?- el secretario del subsecretario, etc. está indignado.
- ¡Coño!, lo mismo que al mío. Que hace un frío de la leche y hemos acabado con los árboles por la leña y que el ganado es una lima y ha terminado con los pastos. No te creas las leyendas de los supuestos corredores de mundo que se inventan lo que no ven.
Ya han conseguido un silencio incomodo que se prolongará hasta que realicen el obligado alto para el almuerzo media hora después.
- Publio, ¿Cuál es tu verdadero nombre?.
- Publio, mi nombre es Publio. Mi abuela era Britano-Romana, mi madre también y me pusieron Publio. ¿Qué pasa?. El comerciante de Londinium amigo de mi padre también se llamaba Publio.
- ¿Era muy amigo de tu familia?- Tolaicea no parece preguntar con malicia.
- ¿Porqué preguntas eso?- se mosquea.
- Nada chico, nada.
- ¿Tienes esposa e hijos? - dice Publio por cambiar de tema.
- Mi esposa murió de parto - se entristece su compañero. Agacha la cabeza y solo la levanta para beber cerveza. El viento se vuelve frío, hay que continuar la marcha. Antes de reemprender el camino, Tolaicea añade - mi hijo también.
- ¿Tu hijo también murió de parto?- No, Publio no ha tenido gracia. De todos modos hay que joderse, los demás pueden hacer bromas del tipo: - y ese tal Publio era muy amigo de la familia. Sin embargo las haces tú y el silencio se extiende por el universo como si se tratara de la personificación de la blasfemia y el mal rollo.
Una especie de Oppidum o fortificación, bueno, más bien unas casuchas con una cerca relativamente alta nos dice que la embajada está a punto de llegar a su destino.
- Oye Publio, tu controlas el idioma de esta gente ¿verdad?.
- Claro, tenemos tratos con ellos, mi guarnición está en la muralla que cruzan de vez en cuando.
- Ya pero hablando del tiempo, de que si parece que va a llover y tal, no se yo.
- Caro amigo, yo tengo un don para los idiomas. - intenta poner una mirada aguileña o como quiera que se haga eso.
- Ya lo he visto con la traducción que querías hacer, ya.
Un Centurión no se molesta en responder impertinencias. El problema del mundo es que hay mucho listo.
El comité de recepción es una de las mujeres más gordas que se han podido ver por el planeta. Junto a ella dos mocosos mugrientos tiran piedras a dos perritos en plena cópula. ¡Aing, Aing!.
Una vez que se han dado a conocer, aparecen dos guerreros vestidos con piel de ciervo mal curtida. Despiden un olor, que de ser afrodisiaco, provocaría tal plaga de cervatillos que toda Britania sería cornuda por la abundancia de astados.
El palacio de Osgom no está nada mal, es grande y caldeado. El gran líder se sitúa frente a un fuego cuyo humo sale por la circular oquedad que hay justo en medio de la techumbre del edificio. A su manera es una construcción regia.
- ¿Que coño quieres Centurión? - El gran Osgom utiliza un tono cansino, como de: - Bueeeno, ¿que querrán estos inútiles?.
- (Mi casa es tuya) - entiende Publio. - ¡Vamos bien! - piensa.
Ante la mirada sorprendida de los asistentes, o sea , la guardia personal , mujeres y demás fauna, el embajador del emperador Severo se sienta al lado de Osgom y se sirve el mejor trozo de carne y un buen cuenco de birra.
- Gran Jefe Osgom, Roma quiere aliarse contigo. El propio emperador ofrece a su sobrina en matrimonio con tu persona. Así mismo, tu pueblo obtendrá la ciudadanía romana en menos de cinco años. ¡Roma os ascenderá.! - Publio sabe que los está impresionando, pero para hacerlo más perfecto quiere utilizar esa expresión que aprendió en la muralla y que parece significar “bienamado”. Por lo tanto añade:
- Severo te saluda, Osgom el Bienamado. - Las bocas están abiertas, no se oye ni el vuelo de una mosca. No es un día redondo, es esférico. Incluso Tolaicea parece impresionado.
- ( Jefecillo Osgom, Roma se ríe de ti. El propio emperador cree que su sobrina podría sodomizar a tu personilla. Así mismo, tu patético pueblo no vencería a una niña ni en cinco años. ¡Roma os aplastará!. Severo te desprecia, Osgom el dao por culo.) - entiende el líder de los Caledonios.
- Tu mensaje es un insulto que los hombres de mi Tribu y mis vecinos sabremos apreciar. ¡Idos de aquí antes de que os mate!.
- ( Tu mensaje es un regalo para los míos. ¡Sed siempre bienvenidos, hermanos!). - está clarísimo para el gran Publio Cornelio Ralo.
Antes de partir para su recompensa en Londinium, Publio pensaba despedirse con un - adiós Osgan el Bienamado. Finalmente estimó más digno efectuar una leve reverencia y marcharse sin más. Es una pose sobria y a la par misteriosa que realza su dignidad.
Por el camino le fue traduciendo a su ahora amigo Tolaicea lo que se había dicho. El pobre había estado de convidado de piedra sin enterarse de nada.
- Estaba equivocado contigo. Eres el mayor diplomático que han visto los tiempos. - Hay incluso una sana envidia en su mirada. Pero no importa, ahora serán ricos y camaradas terratenientes. Podrán casarse con bellas mujeres ,e incluso si un día lejano así lo estipulan los dioses: morir de parto.
Al llegar a la altura de la muralla se cruzan con los Caledonios que habitualmente la cruzan cuando Publio está en la guarnición. Sonrientes le saludan:
- Adiós Publio, el BienAmado.
- Adiós, Adiós.

EPILOGO:
Nuestros amigos cobraron la recompensa y obtuvieron buenas propiedades cerca de York. Un incendio en Londinium hizo que se perdiera para la historia la identidad de los héroes de la embajada, pero para Publio el saber que ha sido uno de los mejores diplomáticos del mundo civilizado es suficiente recompensa.
Poco después, y por razones que se desconocen, ( algún mal embajador, sin duda) se desato una brutal guerra contra los Caledonios. Esto obligó a Severo a iniciar la construcción de otra muralla al Norte de la de Adriano para contener una ira que rozaba los inexplicable. ¡Bárbaros!.
Tres o cuatro años más tarde, el emperador enfermó y fue alojado en la villa de un rico propietario que no era otro que el gran Publio. Antes de morir Severo dijo: - Omnia fui, et nihil expedit (todo lo he sido y nada vale). Cerró los ojos, pero los abrió poco más tarde y aún añadió: - ¡Lástima de incendio!. ¿Quienes serían aquellos embajadores?. - Apretando los puños con gran fuerza antes de expirar. Publio tuvo tiempo para oír esto último y quería darse a conocer, pero muerto el emperador no quiso rebajarse y fardar ante la guardia pretoriana. - Aquí está el emperador yerto y ante vuestras narices su mejor embajador.

EL PODER Y LA GLORIA




EL PODER Y LA GLORIA
Yo, Tito Labieno, antiguo Legado de Julio César en las guerras de las Galias, enderezaré el curso de la historia. Conozco a mi enemigo, he combatido con él. Gran parte de la fama de César se debe a mi esfuerzo. Pompeyo no confía plenamente en la victoria, pero en el fondo siempre fue un militar mediocre; de no ser por la traición, Sertorio le habría hecho fosfatina en Hispania. Yo, Labieno , lo tengo claro: después de una apabullante victoria, aquí, en Farsalia, será fácil ocupar el puesto que me corresponde por derecho.
Con mi caballería de más de seis mil jinetes, aplastaré el flanco de la Legión X de Cesar y el resto caerá como fruta madura. Todos los triunfos de ese engreído se deben más a la suerte que a su genio. Si en Alesia los Galos hubieran tenido un mínimo de cohesión, hoy no habría Julios. Pero su suerte, su maldita suerte y su secreto le protegen. Mañana las cosas serán distintas.
El enemigo es un lunático que se cree descendiente de Afrodita. El enemigo es un oportunista que hace que la virtud se amolde a sus intereses. Si hay que tener treinta años para ser Senador, el divino César no lo será antes. Si hay que tener cuarenta años para Pretor, el divino Julio no lo será antes. Pero cuando las cosas se tuercen y no se ajustan a sus designios, el gran Cayo las pervierte hasta que se acomodan a su capricho. ¿Cómo no puede ver nadie que ¡jamás!, ! jamás ! ha sido respetuoso con nada?. Siendo designado en su niñez como Flamen Dialis no tenía derecho a portar armas; se lo pasó por el forro. Utilizó a Craso y a Pompeyo a su antojo para su provecho. Sin la enorme fortuna personal de éstos, consiguió comprar a Tribunos de la Plebe para que vetaran cualquier disposición senatorial que no fuera de su agrado.
Siempre fue así: la propaganda, la hipocresía. Ya en su juventud cuando el Rey de Bitinia legó su reino a Roma, él y no su divino culo se atribuyeron el éxito. Sin embargo, por un falso rumor, me llaman felatriz; Julio, en cambio, es glorioso. Yo, Tito Labieno lo sé todo. Le he visto conquistar una nación para mayor renombre de su Dignitas, no de Roma. César deja un balance en las Galias de un millón de celtas muertos y otro de esclavos que lo hacen inmensamente rico. Por el bien de Roma, ¡mentiras!.
- El no darle en consulado "en absentia", quizás le otorgó una excusa para la guerra. - Decía un republicano, un Boni acomplejado, ayer mismo.
¡Imbécil!, César estaba preparándose para la guerra desde que machacó a los Helvecios. ¿Que otra cosa, si no el acopio de fondos para su rebelión, justificó toda la campaña contra los Galos?. Sus rivales eran inmensamente ricos, él, que se cree el de mejor linaje de Roma, el descendiente de Eneas hijo de Venus, no podía competir con ellos y en consecuencia llegar a lo que cree su destino. No paró hasta que toda la Galia estuvo en llamas. Aquel que estaba cercado por las deudas, no cejó hasta someterla y poder vender a su antojo a centenares de miles de los vencidos y obtener la fortuna con que pagaría sus legiones.
Es una mala bestia que cruzó el Rubicón el maldito día en que nació, el maldito día en que su madre conspiraba en la sombra para engendrar a una mixtura de cien Marios, cien Silas, cien Rómulos y la caída de Roma en la satrapía.
A mi me llaman animal cruel y sin escrúpulos, que siendo hostigado en mi cuartel de invierno por Induciomaro, me conformé con perseguir y dar muerte a éste. Cesar habría exterminado a su pueblo. Siempre fue un embaucador, un encantador de serpientes. Yo conozco su secreto. Su voz, la maestría para modular las palabras y cambiar de registro para cada circunstancia. Cicerón siempre tuvo una prosa más elocuente ( aunque igual de demagógica en ocasiones), pero es derribado por Cayo Julio en cuanto abre la boca. La prueba es que estando el honesto (hasta la nausea) Catón y Marco Tulio del lado del legítimo gobierno de Roma, damos la impresión de ser nosotros los pobres conjurados proscritos.

Un viento frío hace ondear la toga de Tito Labieno. Siente un estremecimiento desconcertante, una impresión de estar ante la Sibila o el Oráculo. Una presencia sobrenatural cambia el paisaje por donde pasea y medita el General.
- ¿Porqué te interpones en el camino de la Gloria, mortal?- Pronuncia estas palabras la Presencia.
- ¿Quién eres?, ¿acaso he caído enfermo en vísperas de la batalla?. - El terror está dibujado en su cara, no tanto por la aparición , como por el síntoma de indisposición para un enfrentamiento que no quiere perderse bajo ningún concepto.
- Soy Zeus, o si lo prefieres, Júpiter Óptimo... Mortal - una sonrisa gélida y burlona le hiela el espíritu.
- ¡No creo en los dioses, no creo en los ancestros divinos de César, no creo en la maldita leyenda de Ilion vomitada por aquel ciego falaz!. ¡Cunnus!, estoy delirando.
- Me importa un bledo, mortal. Lo cierto es que aunque sea tiempo de que la bruma descienda y confunda a los hombres, nosotros siempre hemos estado aquí. Y siempre estaremos. - Añade.
- No tiene lógica vuestra absurda mitología, sois un cuento. No existieron los Titanes, fuiste amamantado por una cabra con tanta veracidad como Rómulo y Remo lo fueron por la loba. Sois farsa, embuste, mentira y ...¡Por los testículos cuadrados de Cástor y Pólux!. ¡ Por el pódex ultrajado de una vestal viciosa!. Está claro, he cogido fiebres. - Se mesa los cabellos con desesperación.
- Puedes negar la evidencia cuanto quieras. Yo soy el amo y señor de los dioses. Soy el guardián y conocedor, tanto del presente como del porvenir. Veo la envidia y la mentira en tu cabeza con la misma claridad que Hefesto en su esposa Afrodita: madre de Eneas, megaabuelo de tu obsesión: Cayo Julio, - Hace una pausa para reflexionar, ríe y continúa - . Claro que el engaño es divertido: " Hefesto ( si lo prefieres Vulcano), no es lo que parece, estaba yo repantingada en el prado, cuando Ares ( para vosotros Marte) se cayo sobre mi. Como hacía calor, los dos habíamos salido al campo desnudos, en fin, que Ares es muy torpe y por eso se intentaba levantar y se resbalaba sobre mi repetidas veces."
- El chiste tiene la gracia de Catón en una orgía. Es tan jocoso como marcial es Marco Tulio. Y es tan real como tú, producto de la calentura. - Labieno retrocede unos pasos, roza con sus muslos un zarzal y notando el dolor y viendo la púrpura sobre sus cáligas, es presa del espanto; de la realidad. Trastabillando cae al suelo y se corta la muñeca con una roca muy afilada; va a desangrarse.
- ¡Qué blandos sois, mortales!, - Júpiter se rasga un dedo con una hoz de oro. El dorado Icor, su divina sangre, cae sobre la hemorragia de Tito restañándola de inmediato.
Los contornos de la campiña vuelven a serle familiares, le parece vislumbrar a Afranio camino de la letrina. Da un suspiro, se seca la frente y se le congelan las pelotas cuando oye:
- Mierdecilla, que te estoy hablando. - Júpiter está muy divertido - He matado a cuantos dioses y mortales me han importunado, no tientes al destino o traeré a las Parcas para que personalmente tejan tu mortaja. Vuelve a desairarme, gusano, y te precipitaré a las profundidades del Tártaro. - Todo esto dicho con una serenidad y sosiego espeluznante.
- ¿ Qué queréis de mi ? - se rinde Labieno.
- ¿Porqué difamáis a César?, ¿porqué le restáis méritos?, ¿ cómo osáis ser comparado con él? - la expresión de la divinidad es de suma sencillez.
- La suerte, la maldita Fortuna. Siempre le acaban saliendo las cosas de casualidad. Pero ahora, después de sus apuros en Dirrachium, los vientos han cambiado. Si yo tuviera la elocuencia, la voz y el timbre de ese mentecato, podría dar coraje a esas gallinas de los Boni, podría dirigir la República a donde se merece. - Las venas del cuello cobran el grosor de los pulgares.
- Si, puede ser que fuera potra. Sobrevivir a la suspicacia de Mario, a la arbitrariedad de Sila, a los piratas Cilicios, a las conjuras del Senado, a la acusación de apoyar la rebelión de Catilina, a los Helvecios, a Ariovisto, a los Nervios, a mayoría de los Galos confederados en su contra... Mi favorito, la toma de Alesia:
Vercingetórix sitiado por veinte mil romanos. Estos fortificados en un círculo en torno a la ciudad de más de diez millas. A su vez, los sitiadores rodeados - le da uno de sus ataques de risa - por más de doscientos mil Keltois. Resultado: Victoria absoluta y captura del caudillo Galo. Si Labieno, pura suerte, casualidad, como Marte cayendo repetidas veces sobre el solaz de Venus. - El arrebato no le permite seguir.
- Tiene éxito por que sabe venderse muy bien... ya desde los tiempos de efebo en Bitinia con Nicomedes el afeminado. Magnifica sus logros más allá de lo real y convierte sus derrotas es simples contratiempos ante los ojos de los crédulos con su pérfida oratoria. - Le tiembla la mandíbula.
- Como te he dicho, puedo ver el futuro mejor que la Sibila. Te lo puedo mostrar sin crípticos mensajes ni trampas pírricas ni casándricas. ¿Quieres ver el futuro, Legado?.- enarca una de sus soberbias cejas.
- ¡Sea! - le desafía el mortal.
- ¡Muy bien!, vamos a divertirnos.
Labieno es levantado en vilo y montado en el carro volador de Júpiter. Desde el aire se ve a si mismo en la batalla. La superioridad numérica de los Pompeyanos, su bando, es aplastante.
- Mira Tito, sesenta mil de vuestros hombres contra veinte mil de César - le señala con el dedo un campo de batalla que desde la altura parece de juguete.
- No es verdad. Somos más, pero en proporción de cincuenta mil sobre cerca de treinta mil - se indigna Labieno.
- ¡Qué poco entiendes de historia!. General, lo cierto es que casi los dobláis en número, pero las cifras exactas quedan muy mal en los libros y peor en el corazón de los hombres. Lo que he dicho no es mentira, es más estético, mi ignorante animalillo.
La batalla comienza con la acometida frontal del ejercito de César. Este, dada su inferioridad numérica, es una línea mucho mas fina y algo menos compacta que el de Pompeyo. Las veteranas legiones de Cesar avanzan como un solo hombre. Las cohortes de los Boni , mucho más bisoñas, no mantienen bien la formación. Pompeyo ordena a esos inútiles que esperen a los Cesarianos; al menos quietos podrán mantenerse alineados. Entra en acción la caballería de Tito. Está claro y cristalino como el agua; flanquearán a la Legión X que Cayo Julio capitanea personalmente, y tras cundir el pánico, aniquilarán a su ejercito.
En mitad de la maniobra de la caballería, surgen de la nada unas cohortes que Cesar tenía emboscadas, los jinetes númidas del Legado se ven como el cazador cazado. Lo corriente, pánico y desbandada ecuestre. La pericia de los veteranos de las Galias hace temblar poco a poco a los novatos, virginales y torpes, pero abundantes, legionarios de Cneo Pompeyo. Finalmente, el ejercito del "verdadero pueblo de Roma" , es flanqueado y derrotado. Gran parte de los supervivientes se pasan al bando de Julio. Pompeyo, Labieno y sus secuaces, logran escapar.
- ¡No tenían fe!, los soldados de César estaban hechizados por esa culebra. ¿Cómo le iban a hacer frente los nuestros si nos falta un liderazgo firme?. Si yo tuviera el poder de seducción de ese demonio, mis legionarios morirían antes que rendirse. En otras condiciones esta batalla estaría ganada. - se desespera Labieno.
Un giro brusco casi provoca la caída del General desde el carro de Júpiter. Con gran regocijo aumenta la velocidad en el tiempo y en el espacio. Labieno asiste horripilado a la doblez y falsedad de César, cuando con fingida indignación, hace decapitar a los asesinos de Pompeyo que le enseñan su cabeza pretendiendo complacerle. Está en Egipto y desde las alturas, con la misma certeza de que la historia lo inscribirá en las páginas de la Gloria, sabe lo que va a suceder. Las imágenes pasan rápido y Alejandría aparece en llamas al poco tiempo. Por supuesto, Julio, Divus Julio, triunfa sobre la ciudad, sobre el hermano alfeñique de Cleopatra, sobre la madre que los parió a todos juntos y encima la toma de amante. Y para postre es preñada, y para postre los greco-alejandrinos, los Judeo- alejandrinos y las fuerzas vivas lo adoran. Y si los augurios no son favorables y la peste diezma la ciudad, peor para los augurios. Mientras tanto los rampantes Bonis, el alma de la recta vía, intenta lamerse la heridas y rehacerse en la provincia de África, en el antiguo suelo de Amilcar y Anibal , en la cuna de la fama de Escipiones y Marios ; lápida de púnicos y Yugurtas.
Cesar quiere aplastar a los rebeldes de Africa. Desembarca con sus legiones camino de la Gloria.
- Mira Labieno, ¿no es fantástico?. Sabiendo Julio lo supersticioso que es su pueblo, cuando ha resbalado al desembarcar, se ha levantado con naturalidad, como si lo hubiera hecho queriendo y con la arena de la playa en sus puños ha dicho: - África, ¡ Ya eres mía!.
- Labieno ha visto claramente que se ha limitado a disimular como si se estuviera atando las cáligas, pero por no oír más discursos sobre la estética en la historia, se conforma con gruñir.
Los desastres se suceden, todo sale mal para los Pompeyanos ( que ya no tienen a Pompeyo). Útica, la capital, cae. El honesto hasta la náusea, Catón, se suicida a la romana. El rey Juba, mauritano que creía estar junto a caballo ganador, es derrotado. Labieno ( el del futuro ), vuelve a escapar. La próxima cita, el último reducto de los Boni, se situará en Hispania.
- Como ves, Julio sigue teniendo "suerte". Lejos de mi intención insinuar que sois torpes - tono divinamente ultraburlesco de Júpiter - , es la fortuna.
- ¡Pues sí!, eso y su hipnótica influencia que convierte a sus hombres en juramentados fanáticos. ¡ Si yo poseyera ese don! . Veríamos en que quedaba el "genio militar" de ese fraude.
- Lo dices en serio, de verdad crees que si tuvieras su timbre, su registro, su misma voz y capacidad para modularla, las cosas serían sencillas. - El dedo del dios se levanta en señal de advertencia y desafío al mismo tiempo.
- ¡Seguro! , la voz de Cesar y, puestos a pedir, una sombra de tu potencia - bromea .
- ¡Bien!, cuando te canses de ver como los tuyos pierden sin parar, cuando estés harto de que vuestra incompetencia os lleve de desastre en desastre, tan sólo tendrás que apretar los puños, golpearte el pecho y deseo concedido. Una vez lo hayas hecho te irás materializando poco a poco entre los mortales, cuando seas visible, tu yo del futuro desaparecerá y ocuparás del todo su lugar.
Estamos en Hispania, las tropas de los hijos de Pompeyo y Labieno (el del futuro, no el que viaja con Júpiter) controlan la ciudad de Munda. La situación es ventajosa, están en la parte superior de la colina y pueden atacar a Cesar cuesta abajo. Poco a poco los Pompeyanos van envalentonándose y deciden acercarse al enemigo. El choque es brutal por ambas partes y durante horas de terrible esfuerzo, las fuerzas están muy igualadas. Pasado el tiempo, víctimas del cansancio y peor alimentación, un ala de César comienza a ceder. Labieno el observador, en su inconsciencia, le da con el codo a Júpiter, como diciendo: "mira, mira! . Júpiter, lejos de enfadarse, sonríe beatíficamente. No solo empieza a ceder un ala, sino que tropas de Pompeyo se separan del grueso para ir a flanquear a Julio César. Labieno el observador, no cabe de placer.
- Ya lo estoy viendo - le dice a Júpiter -, el flanco de Cesar destrozado, el pánico y finalmente...- inadvertidamente, cierra los puños de puro gozo y se golpea el pecho, terminando su frase ...¡ el enemigo huye!. Una voz, que parece ser la de Julio Cesar, irrumpe en el campo de batalla con una potencia que parece sobrenatural. ¡El enemigo huye !, creen escucharle a Julio con una convicción fuera de duda. Las a punto de desmoralizarse, tropas cesarianas, toman por huida la maniobra envolvente del enemigo. Y luego lo peor, los Pompeyanos también lo creen, por lo que el miedo se contagia y pasan de la victoria a una derrota definitiva. Labieno ya se ha materializado del todo en un caótico campo de batalla con su ejercito en desbandada. Oye entre brumas una voz que dice: - Cuidado con lo que deseas...
No tiene tiempo de más, una espada le separa la cabeza del cuerpo. Termina la guerra civil de Roma. Esta vez sí: gracias a la suerte, Cayo Julio César vuelve a conseguir la Gloria.