Monday, November 06, 2006

EL RIO SEPIENTE

Anibal

“Cuando la piel de la serpiente se torne púrpura, serás libre de tus ataduras, vivirás para envejecer y contarán tus aventuras”
“¡Qué buen rollo! – le contestó el joven al augur de la montaña.”


Indalecio añoraba su fresca casa y los campos de su tierra. De los veinte que salieron de la aldea sólo quedan dos; Cámbil y él. No todos han muerto, muchos dieron media vuelta en cuanto vieron las montañas. No eran unos montes cualquiera, parecía que querían rozar el cielo y las ventiscas amenazaban con gritos de demonios. Varios miles de iberos iban en la expedición.
Los romanos se reían de las espadas hispanas. Indalecio pensaba que bien usadas eran la perfecta máquina de picar carne. En no pocas ocasiones se lo han demostrado tanto a éstos como a púnicos, pero parece que para aquellos bárbaros, el tamaño es lo importante. Su arma es corta en comparación con las espadas tipo griego que llevan otros ejércitos. La falcata no es muy impresionante: su filo y punta hablan por ella en el campo de batalla.
Indalecio y Cámbil estaban encuadrados en la infantería ligera ibera. Su ascendencia celta se mezcla con la antigua civilización, la que dominó el mediterráneo antes de que llegaran los Keltois, Aqueos, Latinos y otros; allá en la noche de los tiempos. En este caso, los viejos ancestros pesan más que los nuevos y toman partido por los vetustos descendientes de Fenicia.
Realmente el futuro de Indalecio y Cámbil era oscuro en su aldea Ilegerte. Al margen de la pérdida de las concesiones comerciales que tenía su familia en Masilia, las desgracias nunca vienen solas. El tío del niño bien, Mandonio “el chulo”, era el mandamás. Mal asunto para Indalecio hacerse con los favores de Lidia y menos si Mandonio se cruza por el medio. En el fondo todas la mujeres se acaban deslumbrando por el poder, fue preferible buscar problemas lejos de casa que malos rollos en propia tierra.


- ¿Nos quedan pieles? – le preguntó Cámbil.
- Alguna.
Las protecciones de los jóvenes dejaban bastante que desear. La cota de malla que consiguieron en la tierra de los ligures se la tuvieron que repartir entre los dos; solo les cubría hasta un palmo por encima del ombligo. Menos era nada. Los mimados de Aníbal, su infantería pesada, habían arramblado con casi todo el armamento incautado a los romanos en el lago Trasimeno, Tesino, Trebia, etc.
Con piel de liebre curtida se fabricaron unas grebas en condiciones para espinillas y codos. La túnica púrpura, ahora entre marrón y ¿verde?, les daba aspecto de pordioseros . Cada uno llevaba un yelmo distinto. Indalecio tenía un casco cónico de los romanos y Cámbil una soberbia pieza gala, más ornamental que cómoda.
Su orgullo eran las espadas, con su curvatura característica y punta mortal. Con las griegas y celtas que tanto gustaban a otros ejércitos tenías que formar un arco para asestar mandobles. La espada hispana permitía un movimiento perpendicular al cuerpo. Bastaba alargar el brazo para herir al enemigo. Poco a poco, los pinchazos van mermando la fuerza del oponente. Otra ventaja es que podía ser usada en orden muy cerrado al no necesitar espacio para maniobrarla. En cualquier caso, si las estocadas eran certeras, el enemigo iba servido; se desmayaría por pérdida de sangre, o moriría de infección después.
Varanto era un hondero gigantesco. Lanzaba los glandes de plomo más lejos que nadie y con precisión mortal. Indalecio nunca lo pudo tratar. Probablemente, el coloso no le perdonó jamás que le echara boñiga de elefante en el rancho durante el paso de las montañas.
Después de varias batallas y escaramuzas se notaba en el ambiente que se aproximaba algo grande. Se encaminaban al sureste de Italia, donde según los exploradores se estaban reuniendo no menos de ocho legiones. El aroma del Adriático llegaba hasta el campamento y las notas salobres del aire sólo podían anunciar una cosa: sangre.

- ¿Has visto a los mercenarios griegos que hablan con tu “amigo”? – le dice Cámbil mientras remueve el caldero.
- ¿Qué pasa? –se gira sin discreción un Indalecio de mirada risueña, pero debida a los nervios.
- ¡Chist!. Ten cuidado que nos están mirando. – le recrimina su amigo - . Varanto te tiene enfilado y estos griegos hacen cualquier cosa por dinero.
- Cámbil, eres muy aprensivo... – la ultima palabra es precedida de un gallo que la haría chistosa en otras circunstancias.
En ese momento, compañeros de la compañía hondera de Varanto pasan junto a éste y los “hijos de Alejandro”. Le sueltan no sé qué frase en su dialecto y rompen en estruendosas carcajadas.
- ¿Qué le habrán dicho? – le pregunta Indalecio a “el encías”, un turdetano de mil años que comparte cena con ellos.
- Creo que le han llamado come mierda – responde encogiéndose de hombros y recostándose de nuevo a la espera de que la pitanza esté lista. Sus cejas blancas muestran el símbolo de la indiferencia segundos antes de ponerse a roncar.
Cámbil extiende su labio inferior como diciendo: “ya te dije que Varanto no lo olvidaría”.
Indalecio empieza a sentirse preocupado. El jefe de los griegos, al que llaman Licaón, le mira con algo parecido al desprecio y la codicia. Le señala con el dedo y se lo pasa sádicamente por el cuello. Es la noche anterior a la batalla y el joven sabe que no va a pegar ojo.

Los árboles frutales son negros y producen miembros cercenados de mil víctimas. Corre por la vega con toda su alma, pero cada vez le cuesta más avanzar. Se ve a sí mismo a cuatro patas arrastrándose como si nadara. Sus perseguidores, a los que no logra vislumbrar, pero consciente de que Mandonio va con ellos, le están pisando los talones. Al llegar junto a un río, tan oscuro como la noche, le envuelve el pánico y la desesperación. Lidia está en la otra orilla, pero el es incapaz de cruzar.
- ¡Despierta de una vez! – grita un mostrenco al que reconoce como al lugarteniente de Maharbal.
Contra todo pronóstico, Indalecio se había dormido. Por un momento tiene miedo de haberse quedado frito en mitad de una guardia, pero recuerda que no se le había asignado ninguna.
- ¿Ocurre algo? – dice mirando a Cámbil, en la esperanza de que su expresión le de alguna pista. La cara de su compañero de fatigas es tan desconcertada como la suya.
- Tenéis que venir a la tienda de Aníbal. Ha habido problemas.
El oficial cartaginés no responde a ninguna de sus pesquisas. Cuando llegan al Estado Mayor sólo hay caras serias. De la tienda sale un oficial sangrando por la nariz. Indalecio y Cámbil prefieren no preguntar.
El gran general está de espaldas a ellos mirando un mapa trazado sobre una maloliente piel de carnero. Sin volverse, les dirige la palabra.
- Vosotros sois los ilegertes cultos, ¿Verdad? – les pregunta en griego.
- Bu-bueno, Indalecio ha viajado más que yo – responde Cámbil.
Aníbal se gira, su mirada es hosca y no ha tenido tiempo de cubrirse la cuenca vacía de su ojo.
“No le mires el ojo, - se dice Indalecio”. Es inútil, allí va directa su mirada.
Aníbal sonríe, e inmediatamente desciende en varios puntos la tensión acumulada por sus lugartenientes, que respiran al ver que el gran general recobra , si no el buen humor, al menos una expresión reconocible.
- Me han dicho que has estado varias veces en Masilia, que tu familia es comerciante.
- Sí, ahora no... - . Indalecio se siente estúpido, se supone que Aníbal no está interesado por la historia de su vida. Respira hondo y prosigue.
- He ido bastantes veces. Algunos años me ha acompañado mi amigo Cámbil.
- Indalecio habla más idiomas que yo – se apresura a decir su colega. El pobre Cámbil se imagina medio millón de misiones secretas tras las líneas enemigas y no quiere ser seleccionado.
- ¿Estáis informados de la situación?
- Sólo quedamos Cámbil y yo de nuestra aldea. El resto de nuestra compañía ilegerte no nos conoce mucho y evidentemente han elegido a otros de jefes. Estamos aquí para combatir donde nos digan.
El amigo de Indalecio asiente, con tal vez demasiado nerviosismo, para reafirmar lo dicho: “No somos nadie, de verdad, nosotros no somos nadie”.
El hijo de Amilcar Barca se frota su irritado ojo muerto y se mesa la barba. Los jóvenes piensan que la entrevista ha concluido.
- ¿Sabéis quien salía de aquí cuando habéis llegado?.
Los dos se encogen de hombros.
- Ese inútil era el oficial encargado de dirigir el centro de nuestro ejército. Se las daba de sabiondillo pero hoy hemos descubierto que no conoce una palabra de celta. Dice que los galos de por aquí hablan raro. ¿Vosotros entendéis a los celtas que hemos reclutado?.
Incapaz de tener lucidez para mentir, Indalecio asiente. Desde Masilia ( actual Marsella) ha tenido muchos tratos con los celtas del Norte de Italia.
- Os pondré al tanto. Nuestros espías en el campamento de los romanos nos han traído dos noticias. La una es mala, pero la otra no tanto. – les escruta con el ojo sano, como sopesando las dudas de otorgarles alguna responsabilidad a esos dos.
- Por un lado, las fuerzas acantonadas junto al rió Aufidus que se dirigen a Cannae, se acercan a las ochenta mil. – Suelta Aníbal. Cámbil muestra una enorme sonrisa producto de un espasmo en el nervio trigémino. – Por otra parte, en las deliberaciones de quien tomará el mando ha sido elegido el Cónsul Terencio Varrón. Si no me fallan mis informadores es un bocazas presuntuoso. Ni siquiera se han dignado a trazar un plan. El Cónsul confía en su aplastante superioridad de tres a uno para machacarnos. Más peligroso es el segundo al mando, el Cónsul Paulo Emilio. En fin, esos detalles no os interesan... Sabéis que nuestras fuerzas son escasas, por lo que tengo que intercalar iberos y celtas en la infantería ligera. Vosotros seréis los encargados de comandar el centro del ejército. No tengo duda de que lo haréis bien. He dicho.

El Hércules que les llevó a la presencia de Aníbal tiene que dedicarles lo que queda de noche a familiarizarles con las señales de los abanderados y demás órdenes y maniobras que tendrán que transmitir al ejército ibero-celta.

En el campamento romano, el Cónsul Cayo Terencio Varrón se pavonea ante los legados y oficiales.
- ¡Como el puño de Júpiter!. Avanzaremos como un solo hombre y machacaremos al ejército de Aníbal. Sólo tienen veinticinco mil hombres. ¡Ja!, casi me dan ganas de mandar a casa a la mitad de mis ochenta mil legionarios, me siento culpable. – Varrón camina por la sala con el brazo extendido y agitando el “puño penetrador”.
Su colega Paulo Emilio no comparte el optimismo del demagogo.
- ¿Porqué no aprovechamos mejor nuestra fuerza?. Podemos destinar a la mitad de nuestro ejercito para envolver al enemigo.
- ¿Tienes miedo a un choque frontal, Paulo?. Entiendo que viendo a tu mujer – hace gestos que simulan unos enormes pechos, causando la hilaridad de los oficiales - , te asusten las confrontaciones...
- Nuestra caballería es inferior...
- Pero nuestra infantería les triplica, ¡niña asustadiza!.
- “Sí, niña asustadiza, pero tu te quedas con cinco mil jinetes y a mí ala le dejas mil quinientos... – piensa Paulo.


Aníbal conoce el plan de batalla de los romanos. A Paulo Emilio le ha tocado comandar a la reducida caballería itálica en el ala derecha romana junto al río, sin escapatoria, mientras que Varrón llevará el grueso ecuestre en el otro extremo. La formación de la infantería será clásica. El típico rectángulo precedido por los vélites , seguido por los tres manípulos de triari, princeps y hastari. Varrón se propone golpear en el centro del ejército de Cartago y destruirlo.
Toma la decisión de darle a su hermano Asdrúbal más jinetes que los que se reserva a sí mismo. Por los datos que tiene sobre los dos Cónsules, el más peligroso es Paulo. Quiere asegurarse a toda costa de que en ningún caso obtendrá el mando. Por ello, su hermano llevará en su ala de caballería seis mil hombres para aniquilar a los mil quinientos de Paulo. Aníbal confía en Maharbal para que con cuatro mil se las entienda con los cinco mil de Varrón. Al fin y al cabo, éste hará honor a su estupidez y es menos inquietante que pueda seguir dirigiendo la batalla.
Aníbal es consciente de que la infantería ligera de iberos y celtas no podrá soportar mucho tiempo la embestida romana. Para ello les pondrá en formación convexa, como un semicírculo, con la esperanza de que cuando cedan estén en línea con la infantería pesada africana de los flancos. Por si acaso, dividirá a los mercenarios griegos en dos escuadras que refuercen los extremos del ejército, hay que evitar a toda costa ser flanqueados. Si todo va bien, podrán atacar los extremos de los romanos si la delgada línea púnica resiste y logran desbandar a la caballería.

Los ilegertes y resto de iberos miran con incredulidad los penachos de oficiales de Indalecio y Cámbil. A los celtas les da igual, van a matar romanos y eso es bueno. Los keltoi han encalado sus cabelleras y pintado sus cuerpos desnudos con dibujos rituales... Bueno, también alguna que otra obscenidad e imágenes jocosas como una loba con el rabo entre las piernas.
Cámbil e Indalecio están tranquilos por que más miedo que a la batalla les inquietaban los griegos; se han enterado que han sido destinados a los flancos, lejos del centro.
Las órdenes de los abanderados son interpretadas con precisión. Indica a los tambores que marquen marcha en el centro y media marcha en los extremos ibero-celtas hasta formar un semicírculo que apunta al fabuloso ejército romano que tienen en frente.
Con mirada y voz marcial van avanzando. Indalecio ve que Cámbil ha puesto cara de espanto. Siguiendo su mirada que va de un lado a otro de todo el ejército, se da cuenta de que los mercenarios griegos situados en la vanguardia de los flancos de infantería pesada, se quieren acercar con disimulo hacia el centro.
Por instinto, ordena media marcha. La línea semicircular se ha convertido en recta al pretender quedarse atrás de los hombres de Licaón, el jefe de los mercenarios.
Los abanderados le hacen señas imperiosas de que avance más rápido, se está rezagando mucho y todavía no han chocado con los romanos. Los griegos se apresuran, cuando entablen batalla va a ser muy difícil acercarse a los ilegertes y su recompensa. Las señales gritan “Adelante imbécil”, pero Indalecio dice “alto”.
Ahora la infantería tiene forma de semicírculo pero que en vez de apuntar a los romanos, se hunde hacia retaguardia. Los hombres de Varrón, exaltados, avanzan a la carrera hacia el centro cartaginés, creen que les tienen miedo a ellos. Han pasado por encima de sus vélites; sin dejarles actuar, tienen prisa por machacar al enemigo.

En la batalla, Indalecio y Cámbil se encuentran más tranquilos. El choque es brutal pero iberos y celtas no son mancos. No obstante, los mercenarios no se dan por vencidos. Los romanos han entrado dentro de la media luna que forman los cartagineses con la esperanza de partirla en dos. Los griegos arengan a la infantería pesada para que presionen con más fuerza al ver que se escapan sus presas. Golpeando en los flancos de las tropas romanas que se han introducido en la concavidad, van haciendo que los hijos de Rómulo tengan cada vez menos espacio para maniobrar. Indalecio no se fía y hace retroceder todavía más al centro.
Los princeps se sienten pletóricos, creen que de un momento a otra van a huir. Sin pretenderlo se han colocado en el interior de una delgada letra V invertida, cuyo vértice son Cámbil e Indalecio y sus extremos la infantería africana en la que también están los mercenarios de Licaón. La presión de la infantería pesada en los flancos hace que no puedan usar las espadas con comodidad. por el contrario, las tropas iberas, que no están dispuestas a retroceder más , lanzan estocadas con sus manejables y cortas falcatas picando sin piedad a unos romanos que empiezan a mosquearse por su situación.
Aunque la superioridad numérica romana es aplastante, la mayor parte de las tropas están inutilizadas en el centro, y las que están en contacto con los iberos no son eficaces con sus espadones.

Asdrúbal ha aniquilado a la caballería de Paulo Emilio. El pobre Cónsul yace degollado junto al río. En el otro extremo, la caballería que dirigen Maharbal y el propio Aníbal lo ha tenido más difícil al enfrentarse a una fuerza mayor. En cualquier caso, el Cónsul Terencio Varrón sufre un ataque de pánico y huye, haciendo cundir el pánico entre sus caballeros. Cuando Aníbal se vuelve hacia donde supone que tiene que estar el choque de infantería, no puede salir de su asombro.
Aníbal esperaba que las tropas celto-iberas hubieran retrocedido un poco. El ejército envuelve casi por completo a los romanos y lejos de desvanecerse permanecen firmes. Ve como su hermano Asdrúbal y sus jinetes han desmontado y arremeten pie a tierra contra la retaguardia de los romanos. Aníbal se les suma, el círculo está cerrado, las tropas de Varrón están completamente rodeadas. Los hastari, la defensa trasera de los romanos, está compuesta en su mayoría por los menos preparados y ancianos. Son aniquilados sin piedad.
La tenaza inutiliza por completo al enemigo, a partir de ese momento todo se centra en una concienzuda y sistemática destrucción del mismo. Es como tener a las víctimas atadas alrededor de un poste y poder trocearlas a placer.
El cinturón que estrangula a los infelices parece tener vida propia. Cuando los griegos van pivotando por un lado hacia Indalecio y Cámbil, éste se mueve hacia el otro. Menos mal que los dos cuerpos mercenarios no están en línea visual y no se coordinan.
El movimiento les ha llevado ha introducir una parte de la matanza en el rió. Trepan sobre los cadáveres para acceder al centro de los enemigos que esperan con resignación la muerte. Es como pelar a una cebolla picando sistemáticamente cada una de sus capas. La cantidad de sangre y vísceras hace que Indalecio se resbale. Levanta la vista y ve que Cámbil tiene el rostro reventado, Varanto le ha lanzado un glande de plomo con fuerza mortal. Quiere correr a vengarse de su amigo pero vuelve a perder el equilibrio y cae en el rió Aufidus que está completamente rojo por la sangre romana.
La corriente le arrastra cerca de la desembocadura. Allí queda sin sentido.

En un lecho de flores Lidia le acaricia el pelo. Su rostro ocupa todo el campo de visión. La amada sonríe, pero algo ha cambiado: a la bella jovencita le falta un ojo.
- ¡Despierta ilegerte! –
Desde lo alto, Aníbal, el victorioso líder de Cartago le observa con diversión. Ya recuperado del susto, el general le lleva a un lugar apartado entre la espesura. Indalecio cree que le va a ejecutar personalmente.
- Mis oficiales me han dicho que no obedecías las órdenes, que tenías miedo y te ibas rezagando.
- Puedo jurar que no tenía miedo a los romanos – contesta más muerto que vivo.
- Sí, eso es evidente, si fuera así no habríais resistido. ¿Qué es lo que ocurrió?.
Indalecio no tiene nada que perder, así que decide contarle el complot de Varanto para vengarse por la broma de la boñiga de elefante.
Aníbal sonríe. Se rasca la barba y rompe a reír. Al poco se para en seco y se dirige a Indalecio.
- Jamás en la historia un ejército tan inferior en número ha inflingido una derrota tan total al enemigo. Me conformaba con que aguantara mi infantería en una línea más o menos recta y , una vez vencida la caballería romana, ayudar por los flancos con la esperanza de tener una victoria parcial, o una derrota más o menos honrosa.
- Pues nos ha ido un poco mejor – aventura Indalecio.
- En efecto. Los escasos supervivientes romanos están convencidos de que todo estaba planeado. – Aníbal se mira distraído las heridas de sus brazos creando un silencio incómodo.
Pone cara de querer contar algo complicado y lo suelta.
- A los abanderados que transmitían las órdenes habrá que ... suprimirlos. No te preocupes, los griegos y Varanto también tendrán que eliminarse...
El aterrorizado Indalecio no tiene dudas de que sus horas están contadas.
Repentinamente, el tono conciliador de Aníbal se vuelve serio.
- ¡Escúchame!, yo ¡jamás!, ¡jamás! me atribuiría una gloria que no me pertenece. Lamentablemente además de por mi orgullo tengo que velar por el futuro de Cartago. Nadie que haya sido testigo de los motivos de la maniobra puede sobrevivir. El golpe de efecto es mortal para Roma y ahora me temerán más que a los infiernos. La única razón por la que te respetaré la vida se debe a que me pasaría el resto de la mía dudando si lo hice o no por despecho. Cogerás todo el oro que puedas cargar y volverás a tu tierra.
El viento agita los ropajes de ambos. Indalecio no se lo acaba de creer. Antes de partir, Aníbal tiene una última entrevista con él.
- Ilegerte, aunque cuentes tu historia nadie va a creerte, pero ten segura una cosa, si alguna vez llega a mis oídos el más leve rumor de algo que nadie conoce, te encontrarán mis emisarios y aniquilarán a todos los tuyos.


Cartago es ya un montón de ruinas y sus campos aledaños fueron cubiertos de sal para que nada volviera a crecer. Hace muchas décadas que Aníbal se suicidó y Roma va extendiendo de forma lenta pero inexorable lo que será el embrión de su imperio. Las legiones han adoptado una variante de la falcata romana como parte de su armamento, el conocido gladius hispaniensis. Algo aprendieron en Cannae de aquella máquina de picar carne.
En Masilia, una Octogenaria ilegerte que vive en una rica mansión, lejos de su tierra allende de los Pirineos, mezcla de refinado estilo griego y romano, les cuenta historias a sus biznietos sobre su fallecido esposo Indalecio; hace tantos años ya.
- ¡Anda ya bisa! –
Lucio es el mayor de sus biznietos. Se siente más romano que hispano-griego de Masilia. Ha ido en varias ocasiones a Roma y piensa trasladarse allí cuando crezca. Para él se trata de una ciudad invencible. Sólo los más pequeños abren la boca de admiración ante los cuentos de la bisabuela Lidia. “Sic transit gloria mundi”.

Monday, April 24, 2006

SOLTAD A BARRABAS

agustina


Por el Tajo y el Pisuerga,
han corrido los franceses,
pero en el Ebro han servido
de comida para peces...

“ran, ran, ran, ran” (bandurria). Jota del río






En la campiña Zaragozana. Verano de 1808.

El antiguo sargento de la Guardia de Corps se seca el sudor.
Su coraza resplandece. Está fuera de lugar, parece de otra época, nadie va a la guerra con uniforme de gala. El pulido del casco hace que el sol del verano emita destellos que divierten la atención del fétido olor a muerte que llega a la campiña.
- ¿Porqué habríais de luchar? –
El viejo soldado mira a los campesinos y se dice a sí mismo:
“- ¿Y qué coño le cuento yo a estos? – “


Finales de 1807, en la alcoba real.


Imagínense a una vieja madame de prostíbulo urbano con retención de líquidos. Imagínense a una gallina estreñida con aires de dueña de corral. Imagínense, tal como la pintó Goya, a una reina de rollizos brazos, fofa estructura corporal, papada, y aún así, con la cara escurrida sin ser flaca. Vean una nariz bulbosa flanqueada por ojos hundidos y calculadores. Vean unos labios finos en perpetuo rictus que de sonreír darían miedo. Maria Luisa de Parma, reina de las Españas, esposa de Carlos IV: ¡Presente!.
Repantingada en la cama agita las varices de sus gelatinosos muslos. Un fino viso deja entrever un entrecano pubis mientras se abanica despreocupadamente y sueña en voz alta.
- Va a haber pastel para todos. ¡Bendito el día en que nos aliamos con Francia!. ¿Te has fijado en como se merienda Europa?. ¡Nos pagarán esos puritanos diez Trafalgares juntos!. – Lo que parece una mueca de asco, pretende ser un travieso gesto de complicidad. Interrumpe su ensueño y le dice:
- No te estés ahí como un imbécil, ¡dame un masaje en los pies!. – Cierra los ojos y continúa proclamando sus fantasías.
- La cosa no quedará en el reparto de Portugal y sus colonias, no señor. A la sombra de Napoleón le daremos dentelladas a las posesiones Británicas, Holandesas... El Imperio Otomano no será un problema, ya caerá a su debido tiempo, Bonaparte sabe que le conviene nuestra alianza. Sí, es producto de la Revolución – comenta encogiéndose de hombros - , pero ha retomado el rumbo, ha abandonado el aire rudo y sin clase de antaño para darle a Francia un tono imperial y señorial. El mundo, querido, conquistaremos el mundo. ¿Qué te pasa Manolito que no dices nada?. ¡Bah!, deja mis pies, si no estás a lo que estás mejor no hagas nada.
Manuel de Godoy se halla en la medianía de su vida. Bajo su mirada soñadora de niño que nunca ha roto un plato se esconde un hervidero de ambiciones y dudas. Tras la desventajosa Paz de Basilea, más de dos lustros atrás, fue nombrado Príncipe de la Paz. Hoy parece que aquello está dando sus frutos, pero algo le dice que no es oro todo lo que reluce y que jugar en el casino con un Corso manejando la banca...
La chimenea crepita fulgurante, así como los dos braseros que han llevado a la estancia a rivalizar con una sauna. Godoy sabe que es cosa de la arpía, para que le moleste la ropa. Si Felipe II viera el derroche de calorías dispuesto, los expulsaría en paños menores, y a pesar del invierno, los obligaría a hacer en penitencia la ruta Pinto-Valdemoro. ¡Que forma de profanar el espíritu del Escorial!.
- Hay que andarse con cuidado – dice con demasiada seriedad el de la Paz -.
- ¡Ja! – Maria Luisa se sorbe los mocos con fuerza – Eres un timorato. ¿De qué tienes miedo?.
- El embajador Izquierdo tiene sus reservas. Napoleón no mueve ficha si no es para su provecho, y permitirle que sus tropas atraviesen España para ocupar Portugal es peligroso.
- ¡Claro! – la reina mira al Valido como si fuera idiota - ¿Y cómo vamos a llevar una operación conjunta si no es de ese modo?. ¡Por favor!, te creía con más miras. ¡Pero si hasta vas a tener un reino propio en una parte de Portugal!. ¿Tan mal suena Rey de los Algarbes?. Perdona que te lo diga, cariño, pero tu madre hubiera firmado con tal de que llegaras a Coronel.
Godoy no trasluce sus emociones. En un momento de debilidad ve a los Borbones españoles siguiendo la estela de su rama francesa. Manuel de Godoy, Protector de España. Su Alteza el Príncipe de Paz... Emperador. Su lado práctico le da una bofetada. No es un militar brillante, tan sólo un ex-Guardia de Corps de cartón. España, ni es revolucionaria, ni le encumbraría jamás al puesto del maldito Corso; los españoles le odian, y además a muerte. No, nunca será el homólogo del Emperador francés, sus cartas las tiene que jugar con la monarquía. Siente escalofríos al ponerse en el lugar de Napoleón. No se imagina por que estaría el francés interesado en apoyar a una Casa Real, que a la postre, es hermana de los Borbones decapitados en Francia. Hay gato encerrado y las cosas no pueden ser tan bonitas como para ser verdad.
La puerta se abre sin brusquedad. Es una educada apertura que da tiempo a los presentes para recomponer el decoro. No hacen ni el más mínimo movimiento en ese sentido, saben que quien entra es la lechuza. Su nariz de patata llena de arañas vasculares advierte al mundo que no hay vino que no corra peligro en su presencia. La redondez de facciones no oculta la majestad del Rey Ciervo. Estamos ante el punto de inflexión que caracterizará la mirada Borbónica por excelencia. Es a la Perspicacia lo que la vaca a la Gracia. Es un orondo “tentetieso” , al que si lo golpeas en el cogote, le harás dar con la nariz y la nuca contra el suelo en movimiento perpetuo. En la mano derecha tiene el trofeo que ha obtenido en su jornada de caza. Se lo enseña a la Reina, pero ésta lo ignora. Acto seguido se lo muestra al Valido, que más prudente, hace un fingido gesto de aprobación. Ante este reconocimiento, Carlos IV esboza una sonrisa simplona de satisfacción. Como todos los días desde hace muchos años, el monarca se dirige hacia sus habitaciones para dormir. Mañana hará exactamente lo mismo: desayunar, cazar, comer, cazar, cenar, cagar y dormir.
- El Rey ha cazado un conejo – dice Godoy enarcando las cejas.
- ¿Un conejo?, no te has fijado bien, será una liebre. ¡El Rey cazar un conejo! – Maria Luisa se parte de la risa.


En la campiña Zaragozana. Verano de 1808.

Carlos Saldaña sabe que tiene poco tiempo para convencer a los campesinos de que no huyan. El no tener noticias de Palafox ha inquietado a algunos lugareños, y si empiezan a marcharse, la cosa se va a poner cruda en Zaragoza. El pánico es una de las enfermedades más contagiosas. El Tío Jorge le acompaña para ayudarle en su empresa.
Subido a uno de los innumerables tocones del olivar ( la mayoría de los árboles habían sido talados para hacer barricadas ), el ex-sargento comienza su discurso:
- ¡Campesinos!, no hace ni medio año que os sentíais tranquilos en vuestras tierras. Tengo que reconocerlo, yo no. ¿Porqué no abandoné mi cargo en la Guardia de Corps hasta hace pocos meses?. Tal vez por inercia. Quiero que sepáis que hemos sido víctimas de una traición.
Los agricultores están ceñudos, no sueltan sus atillos ni sus bártulos, parecen decididos a tomar el camino de los Pirineos.
- Por la ambición desmedida de Godoy y nuestros monarcas, nos embarcamos en una infame conjura contra nuestros vecinos de Portugal. Caímos en la trampa, las tropas que Napoleón envió a través de nuestra patria habían venido para quedarse. Estaba claro desde el principio, pero la cobardía y la ambición, sobre todo de una reina obscena, cegaron a nuestros reyes. – Carlos Saldaña mira a su público, pero no ve en ellos la más mínima acogida.
- Algunos sabréis que tras el llamado motín de Aranjuez, Carlos IV abdicó en favor de su hijo – nadie de los congregados pone cara de estar al tanto. – El rey cobarde cedió por temor a su integridad física – continúa - , no sería la última vez. Napoleón aprovechó esta doblez y le llamó a Bayona para devolverle el poder. Se las apañó para que conforme el General Murat se aproximaba a Madrid para enseñorearse de la Villa, Fernando VII fuera también a Bayona. Los antiguos dueños de España salían de su país, los nuevos penetraban en ella.
El Tío Jorge le mira y le hace señas de que la está cagando. Carlos Saldaña y su republicanismo sobrevenido hacen caso omiso.
Se mesa sus blanca y enormes patillas y prosigue con su diatriba política:
- Bonaparte convence a ese alfeñique sin voluntad de Fernando para que le devuelva el cetro a su padre. ¿Podéis creer lo que hizo el miserable de Carlos IV?, le dio directamente y tal y como suena, el Reino a Napoleón para que dispusiera de España a su antojo. Su hermano José es ahora, o pretende ser, el monarca de las Españas. Ni posesiones en Portugal, ni sus colonias, ¡nada!. El Príncipe de la Paz se pavoneaba hace menos de un año de que con la Paz de Basilea y el posterior acuerdo de Fonteneblau nos traería la Paz y el engrandecimiento de España. Nos ha traído la guerra y la ruina. De nosotros depende que en el futuro nos la vuelvan a clavar. Si no luchamos hoy en Zaragoza, las tropas Bonapartistas llegarán finalmente a los Pirineos. ¿Y a dónde vais a ir para libraros de los franceses?, ¿A Francia?.
Cuando la gente empieza a tomar el camino de la huida, el Tío Jorge, hombre iletrado pero de vivo seso y mejor psicología decide intervenir.
- ¡Eh vusotros!. Vamos a ver. Toda España está en llamas. Los de Asturias han sido los primeros, tras los sucesos de Mayo en Madrid, en plantar cara a los franceses. En Andalucía lo mismo y en el Somontano los catalanes les han hecho correr. ¿Semos menos que ellos?. Van a venir en nuestra ayuda voluntarios de Lérida, ¿queremos que digan que los de Zaragoza semos unos cagaos?. ¿Quién tiene más güevos, los payeses o los baturros?.
Los maños están enfurecidos. ¿Se atreverán los vecinos a decir que los de la Virgen del Pilar son unos mierdas?. La gente empieza a recuperar su autoestima y explota en un grito de ¡ mueran los franceses!. Ya se han olvidado de la amenaza del General Verdier que les conminaba a capitular o ser pasados a cuchillo.


En Bayona, finales de Abril/primeros de Mayo de 1808

El comedor está presidido por el Emperador. Napoleón ha dispuesto que su asiento esté más elevado que el resto. Ya de por sí no es muy alto, pero no sabe hasta que punto ha podido ser un error el apaño. Al no llegarle los pies al suelo el peso de sus posaderas cae sobre la silla y sus almorranas le hacen poner una enorme mueca de desagrado.
- Mi querido y “hermano” Fernando, os he reunido con la familia para que selléis de una vez vuestras diferencias. Francia es la mejor aliada de España. Tu padre me ha contado como le forzasteis a abdicar. Lo mejor es que le devuelvas el poder y todo vuelva a la normalidad.
Fernando es tan cobarde como su padre. Napoleón se ha encargado de que sepa que su intención es quitar a los Borbones del trono de España. Están ante una charada que sólo va a ser una mera puesta en escena.
- ¡Deberías ser decapitado! – le suelta de pronto su iracunda madre. - ¡Maldigo a mis entrañas mal hijo!.
La razón principal de la ira de Maria Luisa fue el trato que Fernando le dio a Godoy. El emperador lo ha puesto a salvo y todo lo demás le importa un bledo.
Fernando se levanta e intenta, a pesar de su carácter pusilánime, un último intento de evitar el desastre.
- Papá, estoy decidido a devolverte el trono si regresas a Madrid para que las cosas vuelvan a su cauce.
Carlos IV no sabe que decir, todas las decisiones las toma , o bien Godoy, o bien su mujer. Como quien tiene las armas y quien es heredero de una revolución que decapitó a sus primos franceses es Bonaparte; le pide permiso al Corso con un gesto estúpido de barbilla.
Napoleón aprovecha para ponerse en pie y librarse del dolor de sus posaderas. Sonriendo de forma beatífica asiente.
Entran en la sala veinte soldados armados. El capitán lleva dos pliegos. El primero es la renuncia de Fernando VII en favor de su padre, el segundo contiene la entrega de la corona a Napoleón por parte de Carlos IV. El capitán se equivoca de pliego y le entrega la hijo el documento que después acabará firmando su padre. A Fernando le tiemblan las piernas ante la soldadesca. Con una voz que no le llega al cuello dice:
- Señor capitán, perdone que le importune, pero este documento es para mi papa. Yo firmaré el otro primero.
Napoleón no aguanta más y explota en carcajadas junto con la tropa. La charada se ha salido de madre pero da lo mismo, esos mierdas la representarán hasta el fin con tal de conservar sus reales cabezas junto a sus infames cuerpos.

En la campiña Zaragozana. Verano de 1808.


El sargento Carlos Saldaña tiene ante sí una nueva compañía formada con los baturros que el Tío Jorge ha convencido para quedarse. Le jode sobre todo que su discurso no haya tenido éxito y que hayan sido los sentimientos más bajos de competitividad regional lo que les haya infundido valor. No renuncia a imbuirles ardor republicano. De cualquier modo, no todo son desgracias, después de décadas de sargento chusquero se ve ascendido a capitán de una compañía. Baturra, eso sí, pero no deja de ser una compañía y con un poco de suerte puede ser engrosada a nivel de batallón. Aún acabara de comandante, o ¿quién sabe?, de coronel de un regimiento.
El ahora capitán tiene formada a su tropa. Tres sargentos y un teniente valón instruirán en los rudimentos básicos de la milicia a sus hombres.
- ¡Soldados!, la situación parece desesperada. El monte de Torrero, donde teníamos nuestros principales depósitos de pólvora , ha sido tomado por los franceses. No pasa nada, de todos modos, los molinos de pólvora que estaban en Villafeliche también los ha capturado el enemigo, el Barón de Versage no llegó a tiempo desde Calatayud para impedirlo. La fabricaremos con el salitre que podamos extraer de la arena de las calles, el carbón de las cañas del rió y el azufre de las boticas. ¡Bajaré al infierno si es preciso!.
El teniente valón mueve negativamente la cabeza, pensando con razón, que cada vez que este gilipollas abre la boca, lo que consigue es que cunda el pánico.

En Zaragoza 3 de Agosto-13 de Agosto, en los parapetos de la antigua muralla romana frente al hospital Nuestra Señora de Gracia.

De Madrugada, una mortífera cortina de artillería se derrama por todas las puertas de la ciudad. Muchos piensan que el ataque tendrá lugar por la puerta del Portillo y la Aljafería. Realmente el general Verdier está escarmentado y ha decidido irrumpir por la puerta del Carmen, para una vez tomado el Coso, adueñarse de Zaragoza.
Puestas en desbandada las defensas del Carmen, los franceses avanzan hasta el hospital de donde se dan a la fuga los heridos con capacidad para moverse. Desde su posición, el Capitán Saldaña observa como los locos de la primera planta son los únicos en resistirse. Eso sí, a su modo, saltando por la ventana y con suerte cayendo sobre un francés. Para frenar el asalto intentará cruzar la calle para defender el hospital. Esta vez aplica la psicología del Tío Jorge; sus hombres están demasiado asustados.
- Soldados, que no se diga que nuestra compañía es menos valerosa que cuando la mozuela de Agustina Zaragoza retomó la posición de artillería de la puerta del Carmen.
La sección del teniente valón es la primera en abrirse paso hasta el hospital. El capitán va en la segunda sección y a mitad de camino ve como un regimiento francés completo, de cerca de dosmil hombres, baja desde la puerta del Carmen a la carrera y con la bayoneta calada hacia ellos. Tendrán que replegarse al Coso para resistir.
- ¡Teniente!, ordene retirada, nos refugiaremos en las calles del Coso. Si nos quedamos aquí nos destrozarán por detrás.
El teniente pasa la orden a su sección. Los baturros están heridos en su amor propio. Se ven con capacidad para acabar con la resistencia de los pocos franceses que de momento se acantonan en el hospital. Se niegan a obedecer. Con las tres secciones restantes, camino de las calles adyacentes al rió, oye la fusilería del regimiento francés destrozando a su sección. Ni uno de los sesenta baturros sobrevive a los dosmil fusiles.


En pocos días, lo que parecía un desastre para Zaragoza se vuelve contra los franceses. Consiguieron llegar hasta el Coso, pero una vez allí, se encontraron con tal suerte de barricadas y fuego cruzado desde los edificios, que sus bajas eran mayores que en sus peores ataques en las afueras de la ciudad. Palafox, por fin, había llegado con los esperados refuerzos y los franceses estaban al límite de su resistencia. El día trece, junto con la llegada de una división más desde Valencia, el General Verdier, herido y ultrajado, da la orden de retirada.
El griterío en Zaragoza es de absoluto Júbilo: ¡Viva Palafox!, - “ aunque se las ha apañado para estar fuera cada vez que esto se ponía negro, pase – piensa el finalmente comandante de un batallón, Carlos Saldaña “ - , ¡Viva Fernando VII! – “ ¡Pero si es él y su puta familia quien nos ha vendido! – está a punto de vocear “. Después de reflexionar decide gritar para desahogarse y aunque nadie le entienda:

- ¡Eso, y después soltad a Barrabás!.

Sunday, January 29, 2006

LEYENDAS DEL HOTEL RIVERSIDE DE PRAGA

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En una colina de Moldavia. Tiempo presente.


En la colina pelada, la lluvia remueve las tumbas del pasado. Dimitru Serebian vuelve la mirada hacia el cuatro por cuatro, pero deja sus paranoias a parte; allí no hay nadie. El Dniester se intuye a lo lejos, no tanto por que sea visible tras la espesura, como por el olor de la saludable y nueva empresa química del cuñado del “camarada” Tarlev. Dimitru votó por el Bloque Democrático, pero el peso de la vieja guardia del Partido ( el antiguo PCUS ruso ) tiene todo atado y bien atado en una de las más pobres ex-repúblicas de la URSS. ¡Grandioso futuro el de Moldavia!, piensa mientras sigue cavando. No entiende como no se han reunificado con Rumanía tal y como fue reconocido tras la Primera Guerra Mundial. Después todo fueron atropellos y “hechos consumados”. En el fondo, como dice su abuelo, no debería darle vueltas a asuntos políticos que le pueden traer sólo desgracias y ninguna recompensa. Mientras sigue dándole a la pala en el lugar indicado por su “cliente”, piensa en lo que le ha ocurrido al desfigurado líder ucraniano por oponerse a los pro-rusos. El pobre, que se parecía a Alain Delon, hoy es primo de Freddy Kruger. Bueno, por lo menos ya no es obligatorio el endiablado alfabeto cirílico, los pro-rusos se conforman con mandar. Además, el pueblo rumano-moldavo ha perdido los cojones: no fueron capaces de organizar una guerra civil como Dios manda... ¡Bah!, unas escaramuzas de mierda y ya está.
El Profesor Ludendorff le dijo: “ recoga usted todo lo que no sea tierra del lugar que le he indicado, es sencillo. “. Dimitru maldice a todos los científicos locos y caprichosos. Lleva varias horas dale que te pego con la pala y de momento sólo hay tierra con olor a podrido. Cuando está a punto de renunciar, y muy a su pesar, puesto que si no hay “botín” no hay dinero, encuentra lo que parece ser la parte superior de un baúl de viaje de vete a saber cuando. Efectivamente, es un baúl. Dimitru lo tendrá que cargar a pulso en la parte trasera del Lada. “La verdad es que salieron buenos estos coches” - piensa -. Las instrucciones del Profesor eran que buscara todo lo que pudiera haber en un radio de cinco metros. Le han debido tomar por una empresa de obras públicas. No obstante, sigue con su búsqueda no cosa no satisfaga al Ludendorff de los cojones y se quede sin cincuentamil euros. “¿Porqué pagaría nadie semejante fortuna por unos trastos viejos?.
Está despuntando el alba y no han dejado de aparecer cosas, la mayoría inútiles e inservibles. Hay trozos de tela, huesos de animal, latas de conserva y madera podrida. Cuando cree que ya ha terminado se topa con lo que parece una lápida, después van apareciendo más junto con todo tipo de restos humanos. Dimitru se desespera y decide hacer esa llamada por el móvil a la que está autorizado sólo en caso de verdadera necesidad.
- Profesor Ludendorff , soy Dimitru., tenemos un problema.
- ¿Qué ocurre?. Le dije que no me llamara, las autoridades de su país pinchan sistemáticamente todas las llamadas y mi misión es de vital importancia. No sabe hasta que punto.
- Tranquilo, Profesor Paranoias. Son tan torpes que al intervenir todas no pueden fijarse en ninguna. Se lo dice un ex-guerrillero que nunca fue capturado.
- Bueno, ¿qué es lo que ocurre?.
¡Pi-po-pi!: “El teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura”.
- ¿Profesor?, perdone, pero en Moldavia las comunicaciones no son nuestro fuerte.
- ¡Nada hombre!. Usted siga llamando, tal vez consiga que alguien se fije y la jodamos.
- Iré al grano - Dice Dimitru - Esto parecen los restos de un cementerio. Debe ser de cuando reformaron campo santo de Slobozia. A parte de un baúl sólo hay lápidas y huesos. Toda esta mierda no cabe en mi coche.
- Tengo que asegurame de que está ahí lo que busco - murmura con voz trémula Ludendorff . ¡Vale!, nos la jugaremos, si están tras mi pista, están tras mi pista. Abra el baúl.
- Hay ropas viejas, un cuaderno de la Universidad de Kazan año 1888 y una petaca de plata con un águila en relieve.
- ¡Sabía que fue él!. Mire si aparece el nombre de Mihail Saratov por alguna parte.
- Si, en la primera página del cuaderno tiene puesto el nombre. ¿Quien era este tipo?.
- No le pago por hacer preguntas. Cierre el baúl, asegurese de que la petaca va dentro y no la abra, tendremos que hacerle unas pruebas forenses delicadísimas. Nos vemos en el punto de encuentro.
- ¡La leche!, si no le llego a llamar cargo mi Lada con medio cementerio.
- Dimitru, me tenía que asegurar que bajo ningún concepto perdiéramos ninguna pieza importante. ¡No se de una piña con el coche!. Ahora que lo tenemos no la cague y cobrará lo suyo. ¿Paniemayo?.
- ¡No me hable en la lengua del imperio, cabrón! - a la mierda el respeto, uno tiene dignidad -. Ya voy para allí.




Enero de 1887, Sala de estudio de la Escuela de Leyes de la Universidad de Kazan.

Un joven delgado y fibroso de profundos ojos marrones se deleita en las luces del crepúsculo que paulatinamente van dando paso a la oscuridad como fuerza reveladora. Su mirada, un cruce entre lo que podrían ser unos ligeros rasgos asiáticos, o bien una ceñuda concentración, no repara en el el otro joven que tal vez con devoción, y quien sabe si algo más, se ha sentado a su lado.
- ¡Vladimir Ilyich Ulyanov, queda usted detenido en nombre del Zar!.
- Ah, Mihail. Tienes que practicar más si quieres asustar a alguien. Además, no te has presentado correctamente. Me tendrías que haber tirado al suelo primero - el rostro de Vladirmir se torna sombrío - y después de golpearme con la culata del fusil, anunciar educadamente mi detención mientras me presionas con tu bota en el cuello.
- Lo siento, no quería recordarte lo de tu hermano. Quería hablar contigo. - El, por lo común, risueño Mihail, tiene ahora una expresión más madura.
- Estás muy serio Mihail, ¿de qué quieres hablar?. -le dice Vladimir.
- Te van a acabar echando Vladimir. No sigues el camino correcto y de ese modo nunca triunfará la Revolución. Si me escucharas...
- ¡Por favor, Mihail!, no empieces otra vez. Yo soy ateo, no entiendo tu mística. Hay que hacer lo que hay que hacer, te lo he dicho mil de veces. El triunfo de la revolución está cerca, lo sé.
- El problema es que no escuchas, Vladimir. No tienes que creer en nada, simplemente saber que funciona. Mi madre era sirvienta en una familia de rancio abolengo de Königsberg. Allí...
- Sí - le interrumpe Vladimir -, ya me lo has contado, siempre la misma cantinela y no: no voy a ir a Prusia, colarme por la chimenea como un vulgar ladrón y hacer caso de tus estupideces. Me caes bien - dice con una sincera ternura -, pero de verdad, con tu pose religiosa nunca serás un buen revolucionario.
- Tu eres la mejor persona que he conocido, Vladimir. Eres el más indicado para cambiar el mundo a unos niveles de tal esplendor que ni el Mesías podría lograr. Pero te falta Fe y sin ella no triunfaras jamás. Algún día estarás solo y desesperado. No te preocupes Vladimir, yo estaré allí cuando creas que es demasiado tarde. Entonces creerás.
- Vale, vale, Mihail. Mira, te aprecio, de veras que te aprecio. No en el sentido que lo haces tú - al decir esto, Mihail se siente descubierto y embarazado. Su homosexualidad es evidente, pero creía que más discreta - , pero me caes bien. La revolución triunfará por la fuerza de la razón y no a través del Opio del Pueblo.
- Para no ser religioso eres muy doctrinal - replica con cierto resentimiento Mihail.
- Y tú para ser tan místico tienes la boca muy grande. Si estas dispuesto a seguirme ve haciendo las maletas. Pienso ir adelante en mi idea de la asamblea a favor de la libertad de expresión y no creo que el rectorado lo soporte. Mis días en Kazan están contados.
A Vladimir le cae realmente bien su amigo Mihail. No es una amistad para compartir con sus contactos políticos. Un místico homosexual no es la mejor tarjeta de visita en los ámbitos revolucionarios. De todos modos, Mihail no le conoce a fondo. El centro de su corazón está colmado de un odio brutal al género humano y al pueblo ruso en particular. Ellos le arrebataron a su hermano y ni siquiera tiene el consuelo de maldecir el nombre del tirano Alejandro III. Su hermano, que también se llamaba Alejandro, fue colgado por el “delito” de participar en una trama que no quería otra cosa que librar a las rusias de ese maldito Zar.

Siglo XIII A.C, en las llanuras de Ilion.

El ejército Aqueo golpea con la rabia del martillo de Hefesto contra su yunque: las tropas Troyanas.
En el fragor de la batalla, Eneas se siente víctima de una traición. Parte de los soldados del buen rey Priamo van dejándolos solos entre un mar de griegos. Su compañero Pándaro, que va junto a él en el carro de guerra, advierte su aprensión.
- ¿Qué es lo que ocurre?. Que ningún Argivo pueda decir que los hijos de Ilion tenemos miedo, ¿no somos acaso los favoritos de Zeus?.
- Los dioses son caprichosos... Me huele a encerrona.
Diomedes , que había pagado bien a la soldadesca de Eneas para que se lo dejaran a su merced, ve como si por un lado son traidores a su patria, por otro, permanecen fieles a la palabra dada ( eso sí, cubierta de oro). Con una rabia desconocida, lanza su jabalina contra el hijo de Afrodita, pero un golpe de viento hace que alcance a su copiloto Pándaro. Bueno, no deja de ser una buena pieza.
Eneas defiende con furia el cadáver de Pándaro. Nada le gustaría más a los salvajes Aqueos que mancillar el cuerpo de un notable troyano arrastrandolo con sus propios caballos. Sí, unos caballos dignos de los dioses que no está dispuesto a ceder, salvo que le cueste la vida. Más de quince griegos mueren por la espada del colérico Eneas. Sus corceles, asustados, hacen volcar el carro y son vulnerables. Eneas parece multiplicarse para defenderlos de la codicia de la soldadesca Argiva que mataría por conseguirlos. Diomedes, viendo que Eneas está rodeado, decide acercarse para darle el golpe de gracia. En ese momento, un estúpido troyano se le interpone en su camino. De un mandoble le parte el cráneo, pero su espada se quiebra. No le arrebatarán la gloria. Agarra un pedrusco y lo arroja a la cabeza de Eneas, pero la serpiente escurridiza hace una finta, a pesar de la cual, es herido en la cadera. Quebrado su fémur, Eneas cae al suelo y ve como Diomedes, que se ha hecho con una lanza, se le acerca relamiéndose los labios.
La negrura se cierne sobre Eneas. Diomedes levanta su arma y cierra los ojos de placer cuando arremete contra el caído. Para su sorpresa, nota como la punta golpea con el duro suelo. En una nube ve a la maldita Afrodita que arrastra a su hijo herido fuera del combate. Hirviendo de furia y lleno de rencor, Diomedes lanza su proyectil contra Eneas, pero la mano de la Diosa la intercepta derramando su sangre, el dorado icor, sobre las arenas del campo de batalla. Un Aqueo sin nombre, al abrigo de la confusión, recoge los restos de los fluidos de Afrodita poco después de que está abandone el escenario en el carro de Ares.
Diomedes es valiente, pero para enfrentarse al dios de la guerra hay que estar loco, una retirada estratégica es siempre prudente a la par que elegante. Se conforma con el botín de los caballos.


En las inmediaciones del Aeropuerto de Chisinau, capital de Moldavia.

El Profesor Ludendorff espera impaciente a que llegue Dimitru con su paquete. El banco en el que está sentado es de hierro oxidado y piensa que al menor movimiento se cortará con una arista. Ha pagado muy poco dinero para que le dejen embarcar su equipaje sin hacer preguntas. El problema es que su paquete no ha llegado y el vuelo a Praga está a punto de salir.
Un ruido de un frenazo se escucha en el aparcamiento. Ludendorff se acerca al lugar, no puede ser otro que el loco de Dimitru.
- ¿Lo tiene? - pregunta con ansiedad.
- Pues claro tío - Dimitru abre el portón trasero del Lada y le enseña el baúl.
- Perfecto. Hazme un favor, vaya dentro a por un carrito de transporte mientras yo aseguro el cierre con un candado.
Dimitru observa el candado corriente del Profesor Ludendorff y hace un gesto negativo con la cabeza. El que paga manda y va a por el carrito.
Ludendorff abre el baúl y coge la petaca y el cuaderno. Está inquieto y mira de soslayo a ver si hay alguien mirando por ahí. Con un suspiro y lleno de aprensión se mete la petaca y el cuaderno en el bolsillo interior de su chaqueta. Coloca el candado haciendo dos agujeros en la tapa con un punzón. No queda muy allá, pero no importa demasiado.


Al llegar a Praga, Ludendorff, no se preocupa de recoger el baúl. Lo que importa está a buen recaudo en su gabardina y además sabe que va a haber alguien esperándolo. No se equivoca, unos tipos trajeados con pinta James Bond de pacotilla, escoltan el paquete y lo introducen en un mercedes último modelo. ¡Qué les jodan!. En el cuarto de baño le ha dado la vuelta a la gabardina, le ha arrancado la parte inferior y la ha convertido en una chupa de cuero. Su tinte para el pelo y un afeitado de urgencia le convierten en el perfecto macarra postmoderno. La cumbre del G-8 no impide que obtenga una buena habitación en el Hotel Riverside. Allí esperará a su esposa Karen, pero antes tendrá que tomar más medidas de precaución.


Marzo de 1917, Suiza.

En el café del balneario, dos clientes que rondan los cincuenta años conversan ante una taza de chocolate recién hecho.
- Mihail, siempre apareces como un cuervo cuando estoy derrotado. He tenido muchos y sonoros fracasos, tal y como me dijiste. Me deportaron a Siberia, cumplido mi destierro me volvieron a exiliar, etc., etc. Cada una de las veces aparecías con tus cuentos y cada vez te decía que no son más que patrañas. Ahora sólo tengo curiosidad morbosa. ¿De verdad crees que puedes ayudarme?, ¿de verdad crees que tus místicos planes son infalibles?.
- Por supuesto Vladimir. Te lo dije hace... Sí, hace treinta años. Hubiera sido mejor entonces. Yo te prometí que un día estarías solo y sin esperanzas y que volvería a aparecer a tu lado con la solución. Pues bien, como nunca quisiste hacerme caso, yo personalmente llevé a cabo la empresa. Los Ludendorff tenían en su casa el arma secreta que el buen señor quería usar en su provecho para que venciera Alemania. Sus propósitos burgueses darían al traste con la era de prosperidad y paz que sólo la Revolución puede traernos. Varios años he estado al servicio de la familia hasta ganarme su confianza, años viendo el recipiente que nos dará la victoria. Esta arma se remonta a la noche de los tiempos. Pocos iniciados tenemos constancia de ella, pero te aseguro que funciona. Su logro más reciente fue la unificación de Alemania entorno a Prusia, pero sus vestigios son realmente antiguos. No es la única fuente de poder pero es de las últimas, si no la última, que queda en el mundo. Una leyenda dice que...
- Perdona que te interrumpa - Vladimir tose y se ríe -, sí, siempre te interrumpo. Como tú dices, no es necesario que crea, sólo que sepa que funciona. Te contaré un cuento en versión telegráfica. Líder bolchevique que en la mayor confrontación bélica de la historia es considerado pro-germano, o lo que es lo mismo, simpatizante del enemigo, llega a Rusia para salvarla de la tiranía. Mihail, el zar ha abdicado, yo he expresado en múltiples ocasiones que deseaba que Rusia perdiera la guerra y ahora hay un gobierno democrático que encabeza Gregori Lvov. Cuando las ranas canten ópera nuestros sueños se harán realidad.
- No pierdes nada por probar.
- De acuerdo, cuanto antes mejor. - dice un escéptico Vladimir.
- Tengo que avisarte de algo. En si mismo es infalible, pero sus efectos no son eternos. Cada vez que tomes un sorbo hay que rellenarlo con agua corriente para que conserve su poder. Sus efectos son razonablemente duraderos en el tiempo, pero no ilimitados. De vez en cuando hay que repetir las tomas. Otra cosa, no funciona como “magia”, no consigue que la historia se amolde a tus deseos pero permite que tú te amoldes a ella. Quiero decir que ahora que lo tenemos deberías esperar un poco. El gobierno de Lvov es reciente y la población, que va a seguir con los mismos problemas, tardará un poco en dejar de respaldarle. Dentro de unos meses todo irá sobre ruedas, hoy podrías tener algún contratiempo, pero en cualquier caso, con la ayuda de lo que te ofrezco, verás como los acontecimientos te llevan a tu destino. - Mihail hace un gesto con la mano, pidiéndole paciencia - Y otra cosa más, es importante que confíes en alguien, yo por ejemplo, para que dosifique las tomas. Sé que eres un hombre extraordinario y que lo harás bien, pero podrías emborracharte de poder y trastocarlo todo.
- Querido Mihail, soy ateo y no creo una palabra de lo que dices. Los poderes de persuasión que le atribuyes a tu poción mágica serán extraordinarios, sin duda - dice en son de burla - . Administralos como te plazca. Quien sabe, igual consiguen un medio para catapultarme a través de la Alemania en guerra para ser recibido con el clamor popular Ruso. ¡Bienvenido, oh Vladimir Ilich!, ¡Bienvenido, oh germanófilo enemigo de la Madre Rusia! - parodia Lenin.

Cuando pocas semanas después, Vladimir Ilich alias Lenin, se ve a si mismo en un tren privado y fletado por el propio gobierno alemán rumbo a San Petersburgo, su escepticismo se tambalea un poco. En seguida deshecha la idea. El amigo Mihail siempre le ha parecido un curioso y entrañable elemento. Es la única persona que puede aplacar de forma temporal su odio. Este sentimiento no ha dejado de crecer un solo día desde que colgaron a su hermano Alejandro. El Zar Alejandro III ya está muerto, pero ¡maldita sea!, si alguna vez consigue el poder que tiemblen todos sus descendientes... y que tiemble el mojigato pueblo ruso.


Estado Mayor Alemán, Mayo de 1917.


Hindenburg observa como el jefe de los ejércitos, Erich Ludendorff, está como ausente.
- ¡Pero bueno, Erich!, cualquiera diría que te asusta que los yanquis hayan entrado en la guerra. No tienen los redaños para aguantar lo que se les viene encima. Nuestra línea Sigfrido resistirá y tendremos la victoria. - Comenta el viejo General.
- Ya, ya... - responde con tono perturbado.
Un ordenanza entra en la sala y le hace señas a Ludendorff. Este sale y recoge el mensaje. Ha removido tierra, mar y aire para dar con la identidad del maldito ladrón de su secreto. La poción de Wottan en manos de un eslavo de mierda. Mihail Saratov de Kazan se entrevistó en Suiza con Vladimir Ilich Ulyanov. Eso dice el papel. Ha tenido que llevar la investigación con suma discreción, pues nadie, nadie debe enterarse del secreto.
Ludendorff vuelve pálido al consejo de Estado Mayor.
- ...Como decía, el buen Erich Ludendorff sabe donde está la victoria, ¿verdad?.
Erich Ludendorff golpea rabioso la mesa y dice:
- ¡Le pusisteis un tren privado para San Petersburgo!.
Nadie de la sala entiende nada y Ludendorff se da cuenta de que la furia le ha hecho ser indiscreto. En su maletín guarda dentro de un frasquito de colonia un pequeño sorbo. Dadas las circunstancias y sin la fuente madre , no es suficiente para sus planes, tendrá que esperar mejor ocasión. Si no es capaz de darle la vuelta a la guerra, que esta termine cuanto antes. ¡Mierda!, lo tendrán todo o no tendrán nada. Los arios, los siervos de Wottan son los llamados a controlar el mundo. Recuerda la conversación que tuvo con su prima Elga, la bonita y rubicunda Elga, cuando eran adolescentes.
- Así que tu también te has unido al culto estúpido del abuelo, ¿no?.
- Tú eres la estúpida. Wottan nos dio su sangre para proteger a los germanos. Ya conoces el Anillo de los Nibelungos, y tantas y tantas historias que confirman aquello en lo que cree nuestra familia.
- No es eso lo que dice el tío Klaus.
- ¡Bah, maldito hereje!, - refunfuña el joven Erich con hastío - eso de que son las lágrimas de Venus en Troya. ¿Desde cuando el amor tiene que ver con la guerra?.
- Bueno, más bien su sangre, - responde Elga - La guerra de Troya comenzó cuando Paris raptó a Helena. Eso es amor, ¿no?.
- Eres una listilla ignorante.
Erich no le dirigió la palabra en todo el día. A causa de ello, fue el primo Wilhem quien se la cameló y acabó follando en el trastero en aquella fiesta de cumpleaños. ¡Porca miseria!.


Praga, tiempo presente.

En el Hotel Riverside, Ludendorff ha vertido el contenido de la petaca en un frasco de zumo de pomelo. Lo guarda en la nevera y rellena la petaca con agua. Al transferir todo el contenido, el poder lo ha hecho también. Si no tiene ningún contratiempo, volverá a verterlo en la petaca, puesto que es más difícil que ocurra una desgracia como romperse. Si le capturan en Praga, se llevarán como botín una petaca de agua inútil y eso es algo que no se puede descartar. Cada vez está mas paranoico y su mujer no aparece.
Llaman a la puerta. Aprensivo, Ludendorff camina hacia la puerta cuando escucha a su esposa.
- ¿Me vas a tener aquí todo el día o qué?.
Ludendorff abre la puerta.
- Perdona el retraso cariño - le da un casto beso en la mejilla a su marido - , pero me he entretenido viendo cagar a las palomas sobre la estatua de Kafka.
- Veo que estas de buen humor.
- ¿Como quieres que esté?. Mi marido no se me quiere llevar en su viaje de negocios, pero me promete una bonita velada en Praga cuando sus obligaciones lo permitan. ¿Te crees que no lo sé?. Hubo un tiempo en que creí que tenías amantes, después descubrí que era tu obsesión por las leyendas de tu familia. Cariño - le dice con asco y ternura - , ha llegado un punto en el que he deseado que tus desvaríos fueran fruto de pelandruscas y no de tonterías.
- No son tonterías - grita en voz baja ( sé que es difícil pero puede hacerse ). No son tonterías . - continúa -. Lo he conseguido, Karen, lo he conseguido.
- Mira, cariño, hoy es nuestro aniversario y he prometido no enfadarme. Pero , ¡por Dios!, hasta en tus sueños eres patético. Según tus leyendas, ese poder se usaba para gobernar pueblos, que se yo, dominar el mundo. Tu sueño es convertir a tu empresa farmacéutica en el mayor imperio del planeta. Por favor, tus antepasados eran más románticos.
- ¡Ríete, inculta que eres una inculta!. Si supieras historia sabrías que muchos acabaron muy mal. Sí, yo soy un cobarde. Soy un cobarde que ha corrido riesgos que ni siquiera imaginas y que no está dispuesto a correr ninguno más. Un imperio farmacéutico es más de lo que nadie puede soñar y mucho menos peligroso. No, no soy modesto, soy un cobarde. Un cobarde que espera vivir muchos años y muy rico.
- Lo estoy viendo - se burla Karen - . Industrias Ludendorff, de filial de Bayer envasando pomada antihemorroidal a líder puntero en el tratamiento del cáncer y leucemia.
- Mi bisabuelo, Erich Ludendorff, le dio un sorbo de la poción...
- ¿Pero no se lo robaron? - tercia Karen.
- Sí - responde turbado -, sí pero se guardó un poco en un frasquito.
- ¡Ah!, se guardo un poco en un frasquito - incordia Karen simulando que tiene un frasquito entre los dedos.
- ¡Si ya te lo he contado muchas veces!, pero claro, no escuchas - Karen hace gestos y muecas de burla - Cuando el Punch salió mal se lo dio a Hitler y contra todo pronóstico convirtió a un risorio y patético partido en una de las fuerzas más importantes de Alemania. Hitler, que conocía el secreto, intento por todos los medios hacerse con la fuente. Sabía que Mihail Saratov era el ladrón y que era oriundo de Kazán. ¿Por que te crees que no quiso ceder en su empeño en Stalingrado?.
- ¿Porqué era idiota además de loco? - pregunta Karen con retintín.
- Nooo, por que quería llegar a Kazan a cualquier precio. Lo que no sabía es que Mihail ya se había refugiado en Moldavia desde los tiempos de Lenin. Cuando el dictador soviético mostró su verdadero rostro, fundó la Cheka y todo lo demás, Mihail huyó sin dejar rastro con la fuente. Muchos han seguido la pista, pero he sido yo quien finalmente lo ha encontrado.
- Vale cariño, he prometido no enfadarme y no lo haré. Vamos al restaurante del Hotel Riverside, cenemos como Dios manda y luego cuando volvamos a la habitación pediremos una botella de champán. - le dice guiñándole un ojo -
- No se por que sigo contigo si te burlas de todo lo que hago - dice Herr Calzonazos Ludendorff.
- Por que tengo un cuerpo irresistible y soy la única capaz de aguantar a un lunático y excéntrico como tú.
- Sí, un lunático que será el dueño de la mayor empresa farmacéutica del mundo.
- Vale, cariño, pero por favor, que no se te suba la fiebre a la cabeza y mandes al cuerno a Bayer. Una empresa que envasa pomada no está mal y nos permite vivir de miedo, no la fastidies.
¡Bayer es la que tiene que tener cuidado de no cagarla conmigo.! - remata por decir, aunque sólo sea una vez, la última palabra. La sonrisa de su adorada mujer le indica que no es muy convincente.


En la limusina que está a las puertas del Hotel Riverside en Praga

- Perdona el retraso, Franky, pero es que he vuelto a mi habitación por que tenía una sed terrible. Esto... Arranca que tenemos que tomar el avión, mañana tengo que estar en Vitoria. - mira debajo del asiento y dice con tono de sentirse más tranquilo:
- Menos mal, pensé que me había olvidado el clarinete, ahora todo está bien. Pues como te decía, tenía una sed terrible y he vuelto a mi habitación. Ya sabes lo que me gusta el zumo de pomelo - Franky está acostumbrado a que su jefe se vaya por las ramas - . Pues bien, voy a la nevera, me lo sirvo, me lo bebo y del susto tiro el resto al suelo. Se ha roto en mil pedazos. Ya sabes como soy, al ver todos esos cristales he pensado en los millares de cortes que me pueden causar. ¡Imagínate que me salta uno a la yugular y muero entre terribles dolores!.
- Pero, ¿Porqué te has asustado, Jefe? - tercia Franky.
- ¿Qué?. ¡Ah sí!. El zumo sabía a agua. ¿Lo entiendes?. Sabía a agua rancia - hace una mueca - ¡qué aaasco!. ¿Pero qué mente retorcida metería agua rancia en el bote de un zumo de pomelo?. Es que de pronto me he dado cuenta de que no era mi habitación, era la de un imbécil de al lado y claro, como el servicio de habitaciones estaba dentro limpiando o robando o lo que quiera que sea a lo que se dediquen los servicios de habitaciones... pues que me confundí.
Franky asiente simulando interesarse, lo curioso es que está vez le interesa.
- Además me ha pasado otra cosa. Cuando estaba yo preocupado por los millones de gérmenes patógenos que sin duda pulularían por el agua contagiándome, ¿qué se yo?, el herpes, la varicela, el ántrax, el SIDA, el embarazo psicológico, la diabetes no por que ya la tengo... En fin, ¿Te he dicho alguna vez que no me gusta escuchar a Wagner por que me dan ganas de invadir Polonia?.
- Mil veces, Jefe, y en tus películas también. ¿Has escuchado hoy a Wagner?
- ¡Exacto!, no, no lo he escuchado.
- ¿Y? - pregunta Franky
- Pues que tengo más ganas que nunca, Franky. ¿Tú crees que debería comentárselo a mi psicoanalista?
- Si es de tu agrado...
- No, mejor se lo ordenaré. Para aquí Franky que quiero hablar con unos señores.
Desde la limusina ve como el Jefe atraviesa el cerco policial hacia la cumbre del G-8, pero claro, ¿quien va a negarle el paso a Woody Allen?.

Wednesday, November 23, 2005

EL VIAJE

russia
Camino del frente ruso , Andrés González, cabo del tercer grupo de artillería, destinado al apoyo del tercer regimiento de la división 250, está borracho. Se fue de permiso a Ogre, una ciudad cercana a Riga, donde creía que estaría a salvo. Bebió un litro de un licor extraño de aquellas tierras y descubrió con la claridad etílica, que nada se le había perdido por allí. Es más fácil embarcarse en un fregado que salir de él con bien. Para postre , le escuece al orinar como si meara gasolina.
La nieve cae con fuerza ese invierno del 43; un Febrero jodido. Dicen que en el Ishera y en las cercanias de Krasnybor va a haber problemas. Dentro de dos días tendrá que ir al frente. Siempre tuvo mala suerte, si le hubiera tocado el siguiente permiso, se habría librado del jaleo. Pero no, el destino le quiere en mitad de la fiesta. ¡Pues no le da la gana!. Ya ha tomado una decisión, se pasará a los rusos. Un primo hermano del amigo de no sé quien, está con ellos. Como era muy cabrón, seguro que tiene influencias. Total, ya ha perdido el contacto con su grupo, pero oficialmente no le darán por desertor hasta que no comparezca en su puesto el día señalado. El capitán de artillería, Gustavo Hinojosa, le odia y dice siempre que es un inútil. Bien, el cabo es inútil, pero cada uno es como es. El capitán, por ejemplo, es un hijo puta.
El frente está a más de trescientos kilómetros, no tiene prisa. Todavía le dura el mareo y oye cosas extrañas por el camino. No, no son cosas extrañas, es un columna motorizada alemana que se dirige hacia el Sitio de Leningrado.
- ¡Komme here! - le grita un alférez desde un Kubel remolcado por un camión. La mecánica alemana ya no es lo que era.
- Yo de la 250 divisionen, yo España, “main stru.., main standartemfirrem, ¡kujumf,kjumf!”. - Le dice Andrés después de atragantarse.
- ¡Ah!, españolo,yo ser de la 212, camarrada. Yo estar en España en guarra bolchevique, yo asistente de un Oberst en Legión Cóndor. ¿Tu luchar en guarra?.
- No, no tenía quince años cuando empezó y al movilizarme ya estaba la fiesta prácticamente terminada.
- Ia, ¿no viste guarra casi?. Aquí ya has visto guarra. - estarás contento, parece decirle.
- Si, he visto un poco... - demasiadas guarras, se dice pensando en el escozor genital.
- Sube, te llevamos a tu puesto - se ofrece el alférez cortesmente.
- “No hay prisa” - piensa Andrés - Tanke, main “Stamm...(ininteligible) “- contesta.
Se monta en la parte trasera del kubel y se siente ridículo y con náuseas. Debe ser que se le está pasando el efecto del licor. Cada dos por tres, la columna se detiene. Andrés está en una especie de duermevela y ha perdido la noción del tiempo. Por la ventana vislumbra a gente con y sin uniforme arrojada de forma grotesca en las cunetas. Sí, parecen muertos, pero juraría que algunos se mueven.
Después de dormir cual ceporro, el vehículo se detiene. El alférez sonriente le arrastra fuera del coche y del movimiento se le revuelven las tripas y vomita en las botas de un coronel médico alemán.
El coronel mira alternativamente a su calzado y a la cara pálida y cerúlea del “untermench” que le ha alegrado el día. Sin decir nada, da una reglamentaria media vuelta y se aleja.
- ¡Oh, oh!, españolo. El Oberst Shulz no tiene humora. Tu hacer caso lo que te diga él, yo traducir, si no, tu kaput. - le dice asustado el alférez.
Al poco tiempo regresa acompañado de otros oficiales de vete a saber que graduación. Todo el mundo se envara y se cuadra como si quisieran convertirse en estatuas. Los jerarcas hablan entre ellos y finalmente el coronel saca una jeringuilla con un liquido blancuzco que le inyecta al pobre Andrés. Le sientan en un banco del campamento, pero inmediatamente se pone a nevar por lo que le trasladan a un barracón. Toda la oficialidad nazi hace corro a su alrededor mientras el médico consulta a su reloj.
Se despierta al día siguiente en el camastro que le han improvisado. Al toque de diana se presentan los mandamases del día anterior y al verlo sano se dan abrazos entre ellos, incluso el coronel le da unas palmaditas en el hombro.
El alférez le dice que le va a llevar a su unidad, al fin y al cabo, hoy le toca incorporarse.
- Realmente mi permiso se acaba esta noche, no hay tanta prisa. - le replica un todavía amodorrado cabo González.
- Bueno, no importar, así tu ver donde.
En lugar de montar en un coche, el oficial se va caminando, por lo que encogiendose de hombros, Andrés decide seguirle. En pocos minutos y desde la cima de una loma, se ve el espectáculo.
Paralelo al cauce del Ishera, hay un verdadero río blanco que no es otra cosa que miles de rusos que se apresuran a cruzar los pontones para flanquear a la división de Andrés. Por un momento siente un prurito de lealtad a sus compañeros; realmente tenía que haber estado allí esa mañana. Poco a poco, y para su sorpresa, decenas de oficiales y soldados alemanes se suben a la loma con sus prismáticos para ver la función.
Desde allí arriba todo es irreal. El sonido no es como en las películas, es mucho más cutre y parece falso. Ya lo dijo no se quién, para ver la guerra, el cine. “¡Ah, claro!, le preguntaron, eso es por que las guerras son terribles”. “No, contestó No Sé Quién, simplemente los actores son malos, el sonido pésimo y el atrezzo una mierda”. Incluso hay unos cohetes rusos, los llamados órganos de Stalin, que suenan como el mugido de un millón de vacas en celo.
Cuando sale de su catatonia, se gira hacia el alférez y le dice:
- ¡Coño!, desde esta posición vuestra división podría pillar por la retaguardia a los rusos y evitarle de paso ese varapalo a la mía.
- Yo hacerte a ti pregunta. ¿Porqué no has ido tu a tu puesto?. No contestar, yo decir: Por que tu ser obediente reglas. Tu no tener que estar allí hasta noche. Nosotros no tener que estar allí. Ordenes principio de todas cosas. Sin orden, todo caos.
- ¡Pero...!. haciendo pinza sobre ellos la derrota rusa sería brutal en esta parte del frente. Podría suponer la toma de Leningrado.
- ¿Cabo ser General?. Orden ser principio de todas las cosas.
Otro oficial le comenta al alférez algo que debe ser muy gracioso por que se ríen a mandíbula batiente. Tal vez sea referente a la paliza que le están dando a la división azul.
Al anochecer, el alférez le señala la dirección de los ya decaídos combates. Eso significa que debe ir a su puesto con puntualidad prusiana. Cuando se va a marchar no puede evitar dirigirse al alemán.
- Oye, ¿qué me ha inyectado el coronel?.
- Nada, ser medicamento incautado a un transporte británico en Báltico. Medicamento poder ser útil para marriscal Goering. Tu no morir, medicamento al menos no ser mortal. Goering se arriesgará. Gutten Nacht - se despide el alférez.
Como todos le están mirando no le queda otro remedio que bajar la loma y encaminarse a su posición o lo que quede de ella. Cuando se interna en el bosque se va topando con los primeros cadáveres. Aunque la mayoría son rusos, la riada soviética ha debido arrastrar a los suyos hasta Algeciras. Eran miles de sombras blancas empujando sobre una delgada línea de la dispersa y diezmada división.
Está todo más oscuro que su futuro pero de casualidad tropieza con un mortero de 80 mm que reconoce por su arista cortante en la boca. Lo ha montado y desmontado cientos de veces y siempre se ha acabado dando un tajo en el mismo sitio. De hecho, la última herida que se hizo en su antebrazo no se le acaba de curar. Ha encontrado a su grupo.
No se oye ni una mosca y termina por sentarse sobre un cadáver que está hecho un ovillo junto a un árbol.
- ¡No me mates, yo comunista, yo comunista!. ¡A las barricadas, a las barricadas....!.- Berrea entre gallos y desafines el muerto.
- ¡Capitán Hinojosa! - grita con asombro Andrés.
- ¡Cabo González!. - le responde volviendo a la vida.
El capitán mira a todas partes con los ojos desorbitados. Parece un alma poseída por algún espectro, lo que comúnmente llamamos pánico.
- Cabo González, Andrés... Mi deber como oficial es cuidar de mi tropa. Todo esto está infestado de rusos. Por tu bien, es mejor que cambiemos los uniformes; los oficiales recibimos mejor trato. No me lo agradezcas, es simplemente mi obligación.
Andrés no tiene ganas de discutir soplapolleces, así que se produce el intercambio, documentación incluida. No pasan ni diez minutos cuando sucede.
- ¡Stoi! -
Una patrulla soviética les sale al paso. Han tenido suerte. Sus ordenes son de caza y captura, no de limpieza.
- ¡Davai, davai! - le grita un soldado ruso al “cabo González” (capitán Hinojosa), clavándole la bocacha de una ametralladora de tambor en la espalda; es igualita a la de los capos del Chicago de las películas.
El oficial ruso le ofrece a Andrés, ahora capitán Hinojosa, un “machorca” que le recuerda al tabaco liado de su pueblo y una chocolatina americana. Sí, es verdad que tratan mejor a los oficiales.
- ¡Davai, davai! - parece que el soldado le ha cogido el gusto a eso de golpear a su antiguo capitán.
Cuando ya amanece, llegan a una improvisada estación de tren donde se apiñan centenares de prisioneros. Aquello es una Babel de presos rusos y alemanes. No ven a ningún español. Si hubiera lo sabrían por que oírles se les oye.
Les apretujan contra ellos mientras los van cargando en los vagones de ganado. Sin querer pisa a uno que lleva un raído uniforme de las Walfen-SS.
- ¡Oh, Shit!. Are your eyes in your ass?.
- ¡Lo siento!, oye, pareces inglés. - le dice Andrés.
- Ya veo, tu españolo. Yo estar en España en guarra.
Esto le comienza a resultar familiar.
- Si... Los ingleses no mandaron gente allí ¿no?.
- Si, comunistas ir.Yo brigadista, yo antes maldito comunista. Por cierto... Soy escocés, no cochino inglés. - pone cara de profunda indignación
- Vale, vale. ¿Y como te metiste en las SS?- le pregunta con suma curiosidad.
- Yo odio a comunistas. Ellos mandar siempre a brigadistas a primera fila. Ellos reírse de nosotros desde loma mientras fascistas darnos cera. Yo odio comunistas yo querer devolver golpe. - contesta resuelto.
Lo de la loma también le resulta familiar.
- “Pues te has lucido macho” - piensa Andrés.
- Sorry, mi nombre es Duncan, capitán Duncan.
- Yo soy el cabo González.
El capitán Hinojosa que estaba de convidado de piedra no lo aguanta más.
- Y yo soy el capitán Gustavo Hinojosa y creo que ya va siendo hora de que me devuelvas mi uniforme. No te lo tomes a mal, pero ya te he salvado la vida. - se dirige a Duncan y le suelta : - Nosotros, los oficiales tenemos que entendernos ¿verdad?.
- Bueno, - contesta Duncan - por parte mía, cuanto estemos en tren, yo cambiar mi ropa por primer fiambre.
- Yo también - secunda el cabo González.
El capitán Gustavo hace un gesto de desgana como despreciando esa idea. A las pocas horas de ponerse el ferrocarril en marcha, algunos de los que estaban medio muertos se deciden a morirse y hacen el cambio. Duncan y González se ponen la ropa de dos civiles rusos, el orgulloso capitán recupera su uniforme.
Pasan dos días con escasas paradas sin que se abran las puertas. En el centro del vagón han conseguido hacer una fogata con los restos de ropa de los cadáveres para calentarse. Finalmente se hace la luz y les obligan a bajar. Allí les proporcionan unas palas con las que tienen que enterrar a los muertos.
El capitán sonríe a los oficiales rusos como diciendo: “mirad, soy el capitán Hinojosa”. Una bonita oficial rusa con el rostro desencajado por el odio le arrea una patada en los cojones. Como está doblado sobre el suelo, otros dos soldados rusos la emprenden a golpes para que se levante y cave.
Vuelven a ser subidos al tren y la primera obsesión de Gustavo es ver si alguien tiene la decencia de morirse para librarse de su uniforme. Tendrá que esperar cinco días para conseguirlo. Un buen día, Andrés descubre que ya no le duele al orinar y que la herida de su brazo se ha curado. Era una buena medicina lo del coronel Shulz, después de todo.
La mayoría de los soldados están en los vagones traseros. Ellos son tomados por civiles rusos para campos de “reeducación”. En una parada, en mitad de ningún sitio, vuelven a hacerlos bajar. Las vías férreas se bifurcan y allí hacen la división entre civiles y militares. El capitán Hinojosa, en el grupo de civiles, observa con rabia como un oficial ruso sonriente le ofrece tabaco y tocino a un oficial alemán.
De nuevo el traqueteo del tren les sumerge en un trance que a duras penas mitiga el sordo y persistente malestar del frío. Las provisiones de combustible aumentan conforme va quedando hueco en el vagón. Periódicamente paran para arrojar los cuerpos al campo; ya no los entierran. El infernal viaje dura semanas por que las vías son una piltrafa y la extensión de las rusias infinita. Durante el viaje han podido confraternizar con prisioneros rusos y han aprendido el vocabulario básico para sobrevivir sin ser descubiertos. Tampoco es mucho problema, a estas alturas, la mayoría de los guardias son siberianos y algunos saben menos ruso que ellos.
A pesar de ser anticomunista, Duncan rememora sus hazañas en la batalla del Jarama para disgusto del capitán Hinojosa que perdió allí a su hermano. Nuestro capitán pasó la guerra en la intendencia de un cuartel de Sevilla. En la división azul se las apañó para irse a retaguardia cada vez que había fregado con la excusa de contactar con el alto mando. “Y la radio es para metérnosla por el culo”, pensaba la tropa. En Krasnybor las cosas fueron muy rápidas para que escapara. Aún así se las apaño para sobrevivir. Ciertamente, el valiente González también se lo montó bien viendo la escabechina desde la loma, pero claro, los héroes están muertos.
Al llegar al destino descubren dos noticias, una buena, otra mala y postre. La buena noticia es que trabajarán en una mina de carbón al aire libre. La mala es que hay mucho carbón. El postre es que hace un frío que se congelan los pedos por estar cerca del Polo.
La rutina es muy simple. Como son un grupo privilegiado, pues tienen calefacción de carbón en los barracones, tendrán que trabajar de sol a sol para compensarlo. No son unos bárbaros, al fin y al cabo están allí para su reeducación bolchevique. Por ello, en verano trabajarán de sol a sol ( veinte horas como mínimo de luz en esas latitudes ) y en invierno, por la noche (veinte horas como mínimo de noche). Había algún descanso de por medio, si en el fondo quejarse era vicio.
- Deberíamos haber dado a conocer nuestra condición de militares. Al norte de estos puñeteros montes Kolima están ellos. Seguro que viven mejor. - se queja Hinojosa.
- Ellos están en minas de plomo. Tienen que estar en lugar cerrado contaminandose. - comenta un Duncan en un mejorado español.
- Si, además se te caen los dientes, que me lo ha dicho Jaukas, el preso letón que nos consigue tabaco de contrabando. - añade Andrés.
- ¡Tchap! - grita un guardia mientras golpea con su nagán a la espalda de Gustavo. Es que el capitán tiene una de esas espaldas que invitan a ser golpeadas.
En opinión de los prisioneros, tchap puede significar “sigue cavando” o simplemente “montón de mierda”. Da lo mismo. Con el tiempo los ciclos de noche y día acaban siendo parecidos. No están seguros de si han pasado dos años o más. A pesar de todo están bien alimentados; los rigores del clima son mas brutales que los políticos en esta parte del mundo perdida de la mano de Dios (que significa Stalin). En el campamento militar si llega esa mano aunque el idiota de Hinojosa no lo sepa. Allí la mortalidad es espeluznante. Cuando en los años cincuenta pudieron regresar los prisioneros de Stalingrado, de noventamil lo hicieron cincomil: el cinco coma algo por ciento.
El contrabando del cautiverio se paga en oro. Entre las vetas del carbón, de vez en cuando aparecen pequeños filones. Moscú no tiene ni idea de que exista oro, pero eso es algo que no le interesa divulgar ni a guardianes ni a prisioneros. Duncan, González e Hinojosa habían formado una sociedad por la que se privarían de “lujos” para poder sobornar en el futuro a algún guardia con deudas de juego. Como hemos dicho, después de casi dos años, más o menos, parecía llegado el momento.
El guardia en cuestión era un siberiano parco en palabras y vicioso de los dados hasta las cachas. El precio era la cuarta parte de las reservas de oro, aunque el bribón pensaba que se llevaba casi la totalidad. La verdad es que se ganó el sueldo. Les llevó con esquíes y raquetas por sendas desiertas a través de cientos de kilómetros. Se conocía cada refugio de caza y lugar de abastecimiento de la zona. Jamás se cruzaron con nadie hasta llegar a la costa, a unos mil y pico kilómetros al sur de los motes de Kolima. Allí les aseguró que había una cala donde de vez en cuando fondean contrabandistas japoneses. El ya había hecho tratos con ellos.
En la cabaña no hubo que esperar mucho, a los pocos días aparecieron los japos con vete a saber que material para ser intercambiado con otros asiáticos. No se sorprendieron de veles allí, si sabían donde estaba la cabaña, es que tenían derecho a estar.
Bebieron y comieron decentemente por primera vez en años. Hinojosa se quejaba del estómago y no probó el alcohol. Cuando se hubieron dormido, se llevo a parte al jefe de los nipones que hablaba un ruso decente. Como ya esperaba, el precio no alcanzaba para los tres. Una lástima.
Duncan y González amanecieron con dolor de cabeza y las manos atadas a una viga de la choza. La sonrisa semidesdentada que les daba los buenos días era del capitán hinojosa.
- Buenos días muchachos. Mirad, la vida es dura y no podemos ir los tres en el barco. Mejor yo que vosotros. Tenemos que atravesar el estrecho de Tartaria , dejar atrás Hokhaido, cruzar casi todo Honshu, para recalar por fin en Hirosima. Allí, por cuestiones profesionales tendrán que permanecer hasta mediados Agosto Yo deberé estar escondido en la bodega, no quieren problemas con las autoridades y tres sería demasiado riesgo, comprenderlo.
El discurso les dejo de piedra y la resaca les impedía contestar.
- Por cierto - añadió - siempre has sido un inútil, cabo González.
- Tiene que haber de todo, tú, por ejemplo, siempre has sido un hijo puta.
- Bueno, estamos a uno de Agosto de 1945, para que sepáis la fecha del fin de vuestra vida, y antes del seis estaré en el puerto de Hirosima, pensando que haré con el resto del oro. Good bye, Duncan y Andrés.
Los pobres se quedaron desolados. Después de dos días sin comida ni agua, el pobre Duncan empezó a perder la cabeza. Estaba cantando voz en grito el “God Save The Queen” cuando una patrulla soviética les descubrió. Les tomaron por británicos prisioneros de los japoneses y los entregaron a un barco americano para congraciarse con ellos. El gobierno ruso quería mantener buenas relaciones con los aliados para el reparto de la Europa de posguerra.
Las autoridades americanas no querían líos y como nada de lo que decían les cuadraba, decidieron embarcarlos rumbo a Australia y que allí se las apañaran. A bordo de un desvencijado transporte, mientras miraban la estela de popa, Andrés le preguntó a Duncan:
- ¿Qué habrá sido de Hinojosa?...¡Eh!, ¿porqué sonríes?
- Le he mandado mi maldición escocesa. Mi familia descendiente de druidas.
- Si, claro...
- No es broma, maldición escocesa es explosiva e inevitable.
Era el seis de agosto de 1945 y el Enola Gay regresaba de su misión.

Wednesday, October 12, 2005

SPQR HISTORIA DE GLUTEO IV PARTE


He querido contar aparte la muerte de los familiares más cercanos de Nerón, acaso por que tuve algo que ver.
Apenas llevaba un año de emperador y Británico le miraba raro. Hay quien piensa que el primogénito de Claudio cuestionaba la legitimidad de Nerón, pero en el fondo su naturaleza hosca tenía motivos.
-Glúteo, mi pequeño pimpollo - me dijo una mañana - , tu le caes muy bien a mi hermanastro Británico, ya sabes que desconfía de mi. He pensado en ayudarle con una poción de mi invención en la que se equilibran los humores de forma que mejoran el carácter. Si tu le llevas el vino esta noche a su cuarto, no te costará nada administrarle mi remedio. Esta situación ya la había vivido.
Cogí la bolsita que me entregó Nerón y camino de la bodega tropecé derramando parte de su contenido. Sólo pude echar en la jofaina una cuarta parte de la dosis, pero aún así, hizo el efecto deseado.
- Hoy no esta Belusia para servirme - me dijo Británico con mala leche. No se de donde se sacó mi amo que yo le caía bien. También decía lo mismo de Claudio y éste me llamaba pódex.
- Belusia quiere aprender griego con el maestro Séneca, mi señor.
- ¿Quien lo iba a decir del puto viejo? - contestó con el tono más desagradable que pudo encontrar. Bebió un gran sorbo de vino directamente de la jofaina y se me quedó mirando con el rostro ceñudo.
No había pasado ni medio minuto cuando Británico salió corriendo hacia las letrinas apretándose el vientre. Por unos momentos pensé que los pasos de Nerón en pos de la sabiduría de los artes de la medicina emocional no fuera todo lo genial que yo pensara. Al cuarto de hora volvió Británico.
- ¡Hoy es el día más feliz de mi vida Glúteo!. Llevaba diez días sin cagar y de repente los dioses Lares me bendicen con el fin de mi sufrimiento.
A partir de ese día su humor fue inmejorable. Nerón me dio una gran reprimenda por haber puesto poca cantidad, ya que según él, es peligroso quedarse corto en la dosis. A la semana siguiente le di la cantidad correcta pero alguna otra enfermedad debió perforarle los intestinos y se desangró en cuestión de segundos tras
haber bebido el vino.
De la muerte de su queridísima madre yo y solo yo fui el culpable. Su hijo, en un afán experimentalista y científico le construyó una magnífica nave liburnesa para navegar por el Adriático. Quería compensar así el distanciamiento que les afligía por malentendidos políticos. Los malditos elementos la hicieron naufragar y hasta mi llegó la noticia de su muerte. Poco después, cuando fui al mercado en mi día libre vi a los esclavos de Agripina diciendo que estaba viva. Cuando se lo conté a Nerón se puso pálido.
- Esa no puede ser mi madre - me dijo -, todo el mundo vio como se ahogó. Es un espíritu del Hades que como en la leyenda de Trolidatres ha venido a burlar su memoria. ¡Guardias!, partiréis inmediatamente a la villa de mi difunta madre y le cortareis la cabeza al espíritu impostor que la habita.

En fin, cosas que pasan. Ya habían transcurrido diez años de su entronación y la inventiva de mi amo estaba llegando a su fin. Por entonces retomé la idea de librarle de su cuerpo mortal. El caso es que se estaba volviendo repetitivo y adquiriendo peor olor. Yo sabía que la causa de su decadencia era el cochino cuerpo humano. Ya no me dignaba con su presencia por las noches, para ello prefería a su secretario Epafrodito. El pobre parecía llevarlo peor de lo que yo lo hice antaño.
Obsesionado con los seguidores de una extraña religión oriental que decía que el hombre poseía un alma inmortal, hizo todo lo posible por adquirir una. ¡Pobre Nerón!, el ya era inmortal, ¿acaso no recordaba que era la encarnación de un dios?. Tendría que ponerle remedio y pronto. Además, sus actos estaban dando mucha publicidad a una secta que cada vez tenía más adeptos y que podría acabar con la grandeza de nuestros fabulosos dioses. ¡Un sólo dios!, ¡que locura!. Como mi amigo el liberto Teutro dice: “ Si te cagas en el dios del cielo, siempre puedes esperar la ayuda del dios de la tierra, o del río. Es difícil enfadarte con todos a la vez, pero estos tíos, si la joden con su dios... ¿Qué otro va a ayudarles?.”
En el circo, después de que las bestias acabaran con decenas de estos curiosos judíos, Nerón bajaba a la arena con un saco para intentar capturar almas. El pobre iba de mal en peor y repetía este tipo de ceremonias con más frecuencia.
Había vuelto a su vieja costumbre de salir por las noches para asaltar las tiendas de los mercaderes. No me llevaba consigo, pues la gente era cada vez menos comprensiva con sus arrebatos de artista y prefería hacerse acompañar por pretorianos. Una noche decidí seguirle para llevar a feliz término mi antiguo plan.
Nerón y los soldados habían ocupado una vieja taberna y se divertían con las cantineras. Yo desde fuera oía a mi amo lamentarse del olor y falta de estética de la ciudad de Roma. Lo tuve claro, prendería fuego a la taberna y mi amo se transformaría por fin en el dios que siempre debió ser.
- Estoy harto de esta Roma infecta - se lamentaba mientras tanto mi señor - , sus callejuelas y mal olor son al arte lo que tu cara a la belleza, decurión Aulo.
Si Zeus me diera una señal para ponerle remedio... He bebido demasiado, me voy fuera a mear.
Y allí estaba yo, con una antorcha en la mano y cara de circunstancias.
-¡Glúteo! - extendía hacia mi los brazos con alegría -. Siempre dije que tu eras el único que me comprendía. ¡Claro,! remodelaremos la ciudad con el fuego y construiremos una nueva y esplendorosa Roma. Mis pretorianos se encargaran, vayamos a palacio, desde allí disfrutaremos del espectáculo.
No era lo que yo tenía en mente, pero en poco tiempo el resultado si lo fue. Aunque le achacaron el incendio a la secta judía ( el pueblo no estaba preparado para aceptar la genialidad artística ), demasiada gente vio a los pretorianos prender fuego a las viviendas con antorchas. Todo fue cuesta abajo y la popularidad de Nerón cayó en picado. Volvimos a las andadas con conspiraciones e intentos de derrocar a mi amo. Poco después, tras un complot de un tal Pisón, mi amo se quiso volver a congraciar con Séneca.
- ¡Mi querido tutor! - recibió Nerón a Séneca.
- ¡Salve Nerón, la estrella que ilumina a Roma!.
- No seas sarcástico, se que en el fondo tu me entiendes. El pobre populacho no sabe el favor que le he hecho librándole de esas chozas tan horripilantes. La nueva ciudad emergerá más bella y con mejor olor.
- Estoy convencido de que miles de romanos te lo agradecerían personalmente.
- volvió a terciar Séneca de forma cortante.
- ¡Vamos, vamos!. No te he llamado para que nos enfademos. Quiero que todo vuelva a ser como antes. He tenido otra idea luminosa... No te alarmes, viejo maestro, se trata de una gira itálica promocionando el arte y la belleza. ¿Te acuerdas Glúteo de como nos recibían en Grecia ?.
- Si mi señor, la alegría era manifiesta a nuestra llegada y muchísimo más a nuestra partida por la felicidad eterna que supone haber escuchado el bello canto de Nerón.
- Ya lo oyes, Séneca. Te he incluido en mi gira por Italia para que me asesores en mis discursos, bailes , cantos, en fin, en todas mis manifestaciones artísticas. Para prepararlo todo tendremos que ensayar juntos durante horas y horas y a lo largo de días y días. Ahora que lo pienso, puede que meses.
La cara de Séneca adquirió una extraña expresión de alcachofa y aceptando la proposición pidió permiso para ir a su casa a por sus pergaminos. Todavía se ignora por que tomó con tanta rapidez la decisión de suicidarse.
Las malas noticias nunca vienen solas y un tal Vindex en las Galias y Galba en Hispania se rebelaron contra Nerón. Todo el mundo le dio la espalda. Solicitó dinero a los Senadores y hombres ilustres de Roma, pero nadie le tomaba en cuenta. Había oído rumores de que el populacho iba a lincharle y pidió ayuda a los pretorianos.
- Tan mala es la muerte, ¡oh mi emperador!. Es lo único que te queda por probar, después nos lo cuentas, ¿vale?. - le contestó un soldado que tuvo que soltarse de los brazos del dios que se aferraba a sus piernas.
Yo no podía resistir más el espectáculo y decidí convertirlo en dios ahí mismo. Fui a buscar un puñal y cuando volví el cabrón de Epafrodito, su secretario, se me había adelantado. El pobre sonreía con satisfacción como si se hubiera vengado de una antigua herida mientras se llevaba la mano al trasero. Pasaron los segundos y Nerón se convirtió en dios. Debió aburrirse de nuestro planeta, por que nunca se le volvió a ver. Como era un ser tan inquieto por adquirir conocimientos nuevos seguro que está en otros mundos experimentando.

Tuesday, October 11, 2005

SPQR HISTORIA DE GLUTEO III PARTE


Estaba dormido de tanto beber vino. Después de su boda con Popea, me esperaba una época de tranquilidad. Yo no había renunciado a desenmascarar la naturaleza divina de mi amo, pero no le hacía ascos a un merecido descanso.
Para divorciarse de Octavia, quiso que yo me acostara con ella, pero viendo que mi persona no era creíble por contar a pena once años, decidió que otro cargara con aquella misión.
- Estoy pletórico - me dijo Nerón, irrumpiendo en mi habitáculo de modo abrupto - . Creo que después de mis éxitos en Nápoles y Roma debería hacer una gira por la cuna del arte y el pensamiento.
Y así fue que la noche que creí poder dedicar al descanso la tuve que ocupar en todo tipo de preparativos. Al día siguiente, un ejercito de dosmil personas con los enseres más queridos de Nerón, poníamos camino a Brindisi para tomar las naves que nos llevarían a la Magna Grecia.
Quería sobresalir en todo y no se contentaba con los concursos de canto y poesía, también se creía un auriga consumado y gustó de participar en carreras de cuadrigas.
Sus éxitos como bardo eran morrocotudos. En cada ciudad que abandonábamos, el fervor religioso renacía con un ardor inusitado, ofreciendose tributos y sacrificios a todo tipo de dioses. Incluso se despertaron a aquellos, que como Atenea, son anteriores a la llegada de los propios Aqueos, los fundadores de todo lo griego y protagonistas de Homero en la toma de Ilion.
En una de las carreras en Olimpia, vi la oportunidad de desprender del cascaron mortal a mi divino amo. Se había empeñado en guiar un carro con diez corceles en la prueba. Yo quise ayudar un poco y serré los radios de las ruedas para facilitar el tránsito de mortal a divino de mi señor.
Nerón estaba exultante, su carro iba adquiriendo más y más velocidad. En una de las curvas salió despedido, pero con tal mala suerte que cayó en las gradas encima de una parturienta, provocandole la rotura de aguas y que diera a luz a su criatura. El divino Nerón se quedó un poco contrariado, pues cuando salió volando, creyó oír un rugido de satisfacción en el público, seguido de la decepción cuando se le vio ponerse en pie. Enseguida comprendió que realmente se trataba de un lamento reverencial ante su divinidad. No se cortó un pelo y volvió a montarse en el carro. Los radios de las ruedas eran endiabladamente resistentes pero con todo volvió a catapultarse en la primera curva y ante el asombro de todos fue a posarse sobre una camilla que llevaban en socorro de otro auriga. Mi amo desde la camilla hacía el signo de la victoria y se dio la carrera por terminada. Se le nombró campeón absoluto de la jornada y no me cabe duda de que fue merecidamente. Cuando los criados recogieron su carro, los puñeteros radios cedieron por fin. La escabechina que hicieron en esos pobres desgraciados fue de aúpa. ¡Lastima!, eso podría haber liberado la divinidad de Nerón de una vez por todas.
Celebró su éxito como corresponde a un héroe. Al desembarcar en Nápoles se hizo derribar un arco del teatro para que pasara desfilando su comitiva a su través. Otro tanto se hizo en Circo Máximo a su llegada a Roma.

Mi amo, para descanso de mi persona, cada vez estaba más interesado en un estudio sobre la sexualidad humana y sus reacciones. Por ello, la mayoría de las noches dejó de dignarme con su presencia y con su penetrante olor. Sus emanaciones eran como la carne putrefacta, pero es normal en un dios que ocupa de forma interina un cuerpo mortal. Al fin y al cabo, la carne se rebela ante tales destellos. Nerón lo probó todo, desde las reacciones de las Vestales , como la pobre Rubría, a la sutil caricia de las maquinarias más increíbles en los cuerpos de los prisioneros. También se metamorfoseó en animal, como si se tratara del propio Zeus, para experimentar con todo tipo de candidatos, hombres , mujeres, niños o bestias, las variantes venéreas más desconcertantes que pudiéramos imaginar.
Tiempo después quisó probar una herramienta de su invención para el afeitado.
- ¡Glúteo! - me dijo entusiasmado como un niño con juguete nuevo -. Mira que artilugio he construido, es el afeitador Nero Magnificus.
El cachivache tenía un aspa hidráulica llena de cuchillas. La verdad sea dicha, complicadillo era, pero pinta peligrosilla también. Yo hubiera querido que lo probara él. Si funcionaba, le dejaría un afeitado precioso en su barba de chivo: una pelusilla hisurta por parroquias con remolinos cojoneros. Si no, pasaría al mundo de los dioses. Claro, que por un momento pensé que la probaría conmigo. Menos mal que debido a mi edad y constitución soy muy lampiño.

- ¡Otra vez! - dijo el Cónsul Ático Vestino - Ya es la tercera vez que adelantamos los Juegos Neronainos, así no los van a tomar en serio.
- Pero es que muero de impaciencia - dijo Nerón - , además, se que mi público no puede soportar la espera.
- Estoy convencido de ello - tercio Séneca, con o sin imprudencia.
- Por cierto, Ático, hay un invento que quiero mostrarte.
El pobre Ático no supo apreciar el afeitador y murió desangrado por los cortes. Hay quién dice que mi señor se había encaprichado de su esposa, pero si se casó con ella, con bella Statilia, fue por no dejarla sola. No mucho antes, la segunda mujer de Nerón había tenido el mal gusto de morirse por no apreciar su cariño. Tal día ocurrió lo siguiente:
- ¡Nerón!, de donde vienes a estas horas y oliendo a cortesana.
- ¡ Mi querida y embarazadísima Popea!, vengo de ojear unas yeguas para nuestro futura heredero. - Al decir esto palmeó la barriguita con cariño. Bueno, puede que tomara carrerilla desde el fondo de la sala, pero la emoción ya se sabe. En fin, descanse en paz.

Una de las personas que fueron ampliando el círculo de incomprensión que se cierne sobre los genios fue su madre. Ella siempre había tenido mucho ascendiente en él. Desde niño lo mima mucho y le hacía cosas que le daban mucho gustito. Claro, que conforme Nerón fue probando las mieles del poder, que cada vez le daban más capacidad y autoridad para realizar sus experimentos a su antojo, menos margen de mando le quedaba a su malacostumbrada madre.
Desde el principio se formó una especie de Triunvirato de incomprensión entre su madre Agripina, su hermanastro Británico y su antiguo tutor Séneca. Ahora prefería la compañía de Petronio que era más festivo y lúdico que el estoico y soso Séneca “Senectus, seniles”. Hacía años que tuvo lugar la muerte accidental de Británico. A partir de aquí, se desencadenarían una serie de acontecimientos que acabarían de forma trágica. Y es que los genios nunca fueron apreciados en su época.